Cárdenas vs. Allende. El presidente López Obrador celebró su fiesta de 100 días en Palacio con mensajes contradictorios: entre la seguridad de la “armonía” nacional para “seguir construyendo entre todas y todos… una patria nueva, libre, justa, democrática y fraterna”, y la eventualidad de caer en la lucha: “Nunca jamás claudicaré. Antes muerto que traidor”. Quizás inconscientemente AMLO invoca aquí dos de los imaginarios más poderosos en la generación política progresista de los años 70 mexicanos. Por un lado, la imagen del exitoso modelo corporativo transformador del presidente Cárdenas, a quien el actual mandatario le atribuye la ‘Tercera Transformación’, inspiradora de esta ‘Cuarta’. Por otro lado, la imagen del martirologio del presidente Allende en Chile.

El otro imaginario potente entre los jóvenes setenteros se centraba en el modelo insurgente del Che Guevara, no del todo desvanecido hoy, ni dentro ni fuera de la ‘Cuarta Transformación’. Pero tanto en el ‘informe’ de los 100 días como en los mensajes dominantes a lo largo de la primera centena de la era de AMLO, incluyendo los mensajes escénicos de Palacio, parece predominar el proyecto de refundación de un nuevo acuerdo corporativista que no quisiera dejar fuera ni a la evasiva CNTE, ni al hasta el lunes renuente Carlos Slim. Un sustento fundamental del proyecto se encuentra en lo informado como programas sociales: la derrama en efectivo de más de 20 mil millones de pesos anuales entre millones de personas reclutadas a través de nuevos esquemas clientelares. Mientras la hiperquinesia, la hipervisibilidad e hiperparla del presidente en este centenar de jornadas, parecerían sintetizarse, en el acto del lunes, como la expresión de una carrera contra el tiempo para construir a marchas forzadas el ‘nuevo régimen’ anunciado.

De presidente a ícono de la patria. Con la restauración —radicalizada— del liderazgo presidencial indiscutido, consolidado finalmente por Cárdenas hace ocho décadas, este nuevo régimen parece perfilarse otra vez bajo el mando incontrovertible del presidente, sin competencia real ni resistencias, internas ni externas; ni controles de poderes constitucionales ni de órganos autónomos nacionales; sin calificaciones internacionales, ni cuestionamientos relevantes en la esfera pública.

Y, acaso lo más importante, sería un nuevo régimen con pretensiones de perdurabilidad y con su fundador enfilado a pasar de presidente de la Cuarta Transformación a ícono de la patria. Completará quizás el sexteto en la iconografía del emblema del actual Gobierno de México: ya sea como exitoso constructor de la nueva época, en la senda de Cárdenas, o como mártir —“antes muerto que traidor”— en la fantasía negra de la necrofilia política mexicana y latinoamericana, desventuradamente exhumada con esa frase.

A la Historia con mayúsculas. Pero desde esta perspectiva trascendente se quedan en la intrascendencia las evaluaciones coyunturales de esta centena épica del presidente López Obrador. Lo mismo las positivas que le reconocen la estabilidad macroeconómica heredada, que las negativas que le reprochan, entre otras, la serie de medidas repelentes a la inversión, la instauración de una suerte de ‘ineptocracia’ en zonas sensibles de la administración, el amago a órganos autónomos, la destrucción de instituciones razonablemente eficientes, las contrarreformas educativa, política y energética en curso, las afirmaciones falsas o engañosas y las acusaciones sin base de las mañanas.

Acaso constituirán estos listados, curiosidades de historiadores marginales una vez que los ganadores de hoy construyan e implanten la Historia —con mayúsculas— de su epopeya: la destrucción de un régimen que permitió ser etiquetado mayoritariamente como podrido y la reinstauración de un régimen capaz de restablecer por consenso férreos, eficaces controles políticos en el territorio nacional, derramar recursos para la rentabilidad electoral y despertar grandes expectativas en las mayorías de la nación.

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