El debate del pasado domingo entre los candidatos presidenciales dejó muy claras dos grandes cosas en la percepción de quienes vieron o escucharon sus intervenciones: una, que urge un cambio, y dos, que este cambio no puede darse sobre la base de ocurrencias y locuras.

La conclusión de lo anterior es que ahora la contienda electoral se centra entre Ricardo Anaya y López Obrador.

Es evidente que la desigualdad no podrá ser resuelta sin políticas públicas que tiendan a empezar a resolver las causas de la desigualdad, con la elevación del ingreso y de propiciar el crecimiento económico para generar empleos y, al mismo tiempo, contar con la confianza, pero con la solidaridad social del empresariado.

No se trata de criticar solamente y que no haya una participación activa con responsabilidad social de los grandes grupos sociales y empresariales de nuestro país, como claramente planteó Ricardo Anaya en el debate del pasado domingo.

Es evidente que hay un hartazgo social y que la gente está inconforme, molesta, terriblemente angustiada y consideran que salga lo que salga “peor ya no podemos estar”.

Los jóvenes, las madres de familia deben tener claro que podemos estar peor si la apuesta no es la correcta. No es verdad que si López Obrador aparece como depositario de la esperanza social va a ser la verdadera solución a los problemas nacionales. Así, para terminar con la inseguridad, el candidato de Morena plantea hacer un pacto con los jefes de grupos delictivos. Deveras, después de la ignominia que hemos visto con lo ocurrido con los tres jóvenes desaparecidos en Jalisco, ¿quién en su sano juicio podría pensar en la amnistía para este tipo de grupos criminales? ¡Pues sólo un loco!

Anaya, en cambio, propone un fiscal autónomo y un conjunto de medidas que brinden oportunidad a los jóvenes de nuestro país.

¿O pensar que la corrupción se va a combatir con un fiscal nombrado por el gobernante en turno sin tomar en cuenta a la sociedad civil, que ha expresado su deseo de participar en las decisiones?

Contrariamente a lo que ha planteado Ricardo Anaya, López Obrador ha reiterado su desprecio a la sociedad civil organizada: “No creo —dice— en la sociedad civil que, lo que quiere es adueñarse de la designación del fiscal anticorrupción para seguir beneficiando y protegiendo a la mafia del poder”.

En otro tema fundamental, la desigualdad, no podrá ser resuelto si no hay políticas públicas que tiendan a empezar a resolver sus causas con medidas como la elevación del ingreso de la gente, propiciar el crecimiento económico para generar empleos y, al mismo tiempo, contar con la confianza y la responsabilidad y solidaridad social del empresariado como lo planteó el candidato de la coalición Por México al Frente en el mencionado debate.

Este apretado recuento revela que las ofertas de campaña de AMLO son ocurrencias, verdaderas locuras que, en apariencia, reflejan y recogen el sentir más profundo de la sociedad, pero que no garantizan ninguna certidumbre para el futuro inmediato del país.

Y una sociedad que se sitúa en la incertidumbre para avanzar como país da pie a un mayor deterioro.

Sí se puede estar peor si no se hace la apuesta correcta. Organizaciones sociales, empresarios, sectores del PRI que creían que Meade todavía podía levantar en y después del debate, espero que reconozcan que ya no será posible. Por lo tanto, las conclusiones debieran ser: por un lado, que las soluciones que ofrece quien comienza a pecar de “necedad senil” no son dignas de confianza y deben ser desechadas y, por la otra, abrir paso a otorgar su confianza a la coalición “Por México al Frente” con Ricardo Anaya, quien propone alternativas realistas.

Vicecoordinador de los diputados del PRD

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