El poder conserva, cuando uno conserva el poder, y con el paso del tiempo uno se hace maduro. Es lo que le ha pasado al joven Vladimir a quién el presidente Boris Yeltsin puso el pie al estribo en el ya lejano año de 1999. Putin ha logrado conservar el poder, no sé si con la esperanza de conservarse joven, por simple inercia o por clásico e insaciable apetito. La historia dirá si Yeltsin cometió un error o algo más grave al llevar al joven oficial de los servicios de seguridad a la presidencia y a rematar a los chechenos hasta en los W.C. Si uno hace caso omiso de la trágica guerra de Chechenia, el primer mandato presidencial de Putin fue bastante positivo. Luego empezó una deriva que lo llevó a una exagerada madurez, la que pudre las frutas, y lo condujo al abrazo con Maduro, el tirano de Caracas.

Maduro se ha ilustrado en la represión sin misericordia y la tranquila violación de los derechos de la mujer y del hombre. Vladimir Vladimirovich no canta mal la ranchera y no admite la menor broma, el menor chiste sobre su persona. Encarcela a los pobres Testigos de Jehová, persigue a los tártaros de una Crimea que era su patria hasta la deportación masiva ordenada por Stalin en 1944-1945. Persigue también a los ucranianos de esa Crimea que anexó manu militari, en plena paz y castiga con largas condenas a los que se atreven a resistir o protestar. El Estado ruso tenía a su disposición un arsenal bastante eficiente de leyes represivas: parece que no era suficiente de modo que “el Kremlin endurece las leyes que criminalizan cualquier tipo de activismo contestatario, desde la política, la defensa del medio ambiente hasta los movimientos sociales”. (El País, 9 de febrero, y La Gazette des Nouveaux Dissidents).

Las ONG que reciben una mínima cantidad de dinero del extranjero son catalogadas como “organizaciones indeseables”, caballos de Troya “desestabilizadores”, y prohibidas. Cuando doy dinero a una ONG francesa que manda fondos a Rusia para luchar contra la pobreza, ayudar a los sin hogares durante el rudo invierno ruso, recoger niños de la calle (son muchísimos), ¿soy agente del imperialismo? ¿Intento desestabilizar al régimen? Las organizaciones de vecinos, los grupos ambientalistas, los que luchan por los derechos de las mujeres, contra el alcoholismo, en defensa de los animales, del bosque talado sin misericordia, de las aguas del gran lago Baikal, todos son sospechosos y caen bajo el peso de las nuevas leyes represivas.

¿Tanto miedo le tiene a la pobre “sociedad civil”? Siempre nos topamos con el cliché que el pueblo ruso es un pueblo sumiso, alérgico a las protestas, deseoso de arrodillarse frente al zar. Hay algo de cierto en eso, entonces ¿por qué tanto miedo? Digo miedo, porque sin el miedo, no se entienden esas leyes demasiado amplias e imprecisas que se pueden usar de muchas formas. Un ejemplo: hay un delito que se llama “extremismo”, otro “incitación al odio”, otro “ofensa a los sentimientos religiosos”.

Una joven siberiana fue inculpada por haber puesto en el Facebook ruso la foto de tres monjitas fumando, con la leyenda “De prisa, ahora que Dios no está”. La policía cayó en su casa, se llevó todos los aparatos electrónicos, empezó la ofensiva judicial y en las redes sociales, hasta que, por miedo a pasar seis meses en la cárcel, ella se fue al exilio.

La Duma prepara nuevas leyes para castigar toda “falta de respeto” al presidente, a la bandera, a la Iglesia, a cualquier autoridad grande o chica. ¿Qué significa “falta de respeto”? Ni hablar de la verdadera oposición política; su cabeza más visible, Alexei Navalny, se la pasa entrando y saliendo de prisión.

“Dime quiénes son tus amigos y sabré quién eres”. Los amigos de Putin se llaman Recep Erdogan y Nicolás Maduro. Y quizá Xi Jinping y Donald Trump, sin olvidar al líder de Corea del Norte, tercero de una larga dinastía. Son amistades interesadas, desde luego, pero muy reveladoras.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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