¿Cómo pasamos la Navidad, Año Nuevo, los primeros días del año 2019? Con alta contaminación en las principales ciudades. Y fuera de aquellas que mandan su aire impuro y dañino lejos, muy lejos, de tal manera que llena los valles y brinca los cerros hasta cientos de kilómetros del punto de emisión. Cada año, en esos días, asistimos al mismo fenómeno, algo que debería despertarnos si es que nos importa la salud y la esperanza de una buena vida para nosotros y nuestros hijos. ¡Nivel III de contingencia! Y no pasa nada. Se nos olvida tan pronto como el viento corre la cortina mortífera.

¿Desde cuándo los expertos nos repiten que las ciudades deben ser compactas, promover viviendas eficientes para ahorrar agua y energía, un buen transporte público que disminuya el uso del coche? Alfred Sauvy nos lo decía en Francia en… 1960. Nadie escucha a Casandra, la princesa troyana que había recibido el don de profetizar con certeza,don inútil, puesto que los dioses habían decretado que nadie le haría caso. Voz que clama en el desierto.

Pasa lo mismo con el calentamiento. La contaminación envuelve al planeta y contribuye poderosamente al calentamiento. Para diciembre del año que acaba de terminar, nuestro planeta sumaba 407 meses de altas temperaturas, 33 años con registros térmicos superiores a la media de todo el siglo XX. Y cada año, sube la temperatura promedio en mar y tierra. En el sur de nuestra América, Australia, Europa Central y Siberia, es donde las temperaturas fueron notablemente más altas, pero ninguna región quedó inmune. Abril de 2018 fue, a escala planetaria, el más cálido mes de abril desde 1880, primer año con datos fiables. En un punto de Pakistán se registró una temperatura de 50.2 grados, algo jamás vivido en abril.

Lógicamente, frente a tan masiva evidencia, no deberíamos perder un solo día para frenar primero, luego reducir las emisiones de gases de todo tipo que contribuyen al fenómeno. Cuando el gran reto es reducir el consumo de energía, hacemos todo lo contrario. El Acuerdo de París, firmado en diciembre de 2015, quedó letra muerta y registrará, para los historiadores del futuro—si futuro ha— como una hermosa lista de planes para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero. Pues, resulta que los combustibles fósiles (nuestro querido petróleo mexicano, por ejemplo) aumentaron las emisiones: 1.6% en 2017 y 2.8% en 2018: récord histórico. ¿Qué pasó?

Donald Trump le dio una patada al Acuerdo, porque niega la existencia del calentamiento, como la mayoría de sus electores, y ha cancelado todas y cada una de las tímidas medidas tomadas por el presidente Obama: luz verde a las petroleras y a los industriales del carbón. La línea seguida por México no es muy diferente, siento decirlo. En cuanto a China, si bien reconoce la gravedad del fenómeno —la contaminación es una catástrofe, al grado de que despierta la opinión pública— y proclama su fidelidad al Acuerdo de París, en la práctica sigue aumentando sus emisiones. Los grandes países de Asia, África, América Latina hacen lo mismo: ¿qué se puede esperar del gobierno de un Jair Bolsonaro en Brasil, o de los grupos agroindustriales que, en todo el mundo tropical, devastan la naturaleza para sus especulaciones en forma de soja o aceite de palma? Parece que la Unión Europea queda sola en su tímido intento de aplicar el Acuerdo. ¿Hasta cuándo? Los mentados “chalecos amarillos” franceses y los gobiernos reaccionarios de Europa central e Italia empujan en la dirección contraria.

Queremos prosperidad, creciente prosperidad, sea por motivos egoístas, sea en la esperanza de reducir la desigualdad social, en ambos casos eso implica crecimiento económico y, por lo tanto, un aumento de consumo de energía: más contaminación y más calentamiento. Sin contar con el crecimiento demográfico que, a escala mundial, no va a parar sino después de 2050-2070. Parece que subimos a un tren de alta velocidad que va derecho contra un muro.

Investigador del CIDE
jean.meyer@ cide.edu

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