Cada que pensamos que ya lo hemos visto todo en cuanto a manipulación del ciberespacio se refiere, brota algo nuevo. De la perfidia de Facebook y Google (por solo mencionar a dos) para comercializar nuestra información personal pasamos a los fake news y las manipulaciones artificiales de cuentas, noticias y usuarios. Twitter, Instagram y YouTube son ejemplos de plataformas en las que hace mucho ya que no sabemos quienes son o no de verdad, cuantos seguidores o retuits o likes o reproducciones son auténticos o solo producto de programas para inflarlos artificialmente. Vaya, muchas veces ya ni siquiera nos queda la satisfacción de saber si quien nos insulta es un usuario de carne y hueso o uno más de los muchos automatizados o falsos usuarios. Cuando ya no se puede confiar ni en la proveniencia de una mentada de madre es que hemos caído muy bajo.

Ahora llega la revelación de que Google sabe siempre donde se encuentran los dispositivos de sus usuarios, aunque ellos mismos hayan desactivado esa herramienta. El Hermano Mayor del que hablaba George Orwell está ahí todo el tiempo y en todas partes, pero ahora no solo busca el control y la sumisión política (como en su novela 1984) sino que quiere conocernos mejor que nadie. Como un stalker cualquiera, los proveedores de servicios de internet aspiran a ser nuestros mejores amigos y confidentes. Si a eso sumamos la parte política y gubernamental (Cambridge Analytica o los servicios de inteligencia de casi cualquier país) podemos vislumbrar todo lo que entregamos y/o nos quitan las redes.

Y nosotros, los usuarios, puestos a escoger entre mayor comodidad o mayor privacidad, optamos por lo primero. El uso de redes sociales aumenta a pasos agigantados: de acuerdo con un sondeo reciente del respetado Pew Research Center (www.pewresearch.org), 69% de los adultos estadounidenses reconoce usar activamente alguna plataforma de redes sociales (seguramente la proporción de adolescentes sea mucho mayor) y las usan cada vez para más cosas que reemplazan a herramientas ‘tradicionales’: lo mismo para mantenerse en contacto con amistades lejanas que para comunicarse instantáneamente, para informarse/informar, para sus compras, hasta para el activismo político y social.

¿El precio a pagar? Altísimo, pero muchos solo se fijan en que no sea dinero. No solo les cuesta su privacidad, también los aísla y despersonaliza sus interacciones comunitarias. Para muchos, su sentido del deber social queda satisfecho por haber firmado o circulado una petición en línea: llaman a defender tal o cual causa y con eso sienten que ya cumplieron, que no necesitan ir más allá. Esa despersonalización del activismo es uno de los menos estudiados y más perniciosos legados de las redes sociales.

Y ni siquiera hemos hablado de la violencia y el bullying en las redes. Unas veces desde el anonimato cobarde y otras desde atrás de la barrera virtual que nos ofrecen teclado y pantalla, las redes son sitio donde se expresan las cosas más inauditas, más ofensivas. Bien poco se puede hacer al respecto porque todos hemos permitido esa degradación: unos con sus actos, otros con su silencio, los demás porque aceptamos esas nuevas “reglas del juego”, lo cierto es que somos cómplices de la descomposición de sus contenidos, de su confiabilidad.

Podemos culpar a las redes de todo esto. Indudablemente una buena parte de la responsabilidad recae en los operadores, llámense Twitter, Facebook, Instagram, YouTube o como sea. Pero a fin de cuentas los que las hacemos somos los usuarios, lo mismo de manera individual que quienes de forma organizada se aprovechan de las lagunas y vacíos para promover sus propias falsedades y sus propias recetas de odio y discriminación.

El enemigo está adentro.


Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses