Mientras la atención de los medios y de nuestro muy limitado panorama internacional se concentra en los desvaríos de Donald Trump, el separatismo catalán o la irrefrenable marcha de Venezuela hacia el precipicio, en Alemania se gesta una crisis que amenaza la estabilidad del histórico motor y ancla de la Unión Europea.

Hace cosa de dos meses Merkel llevó a su partido cristiano demócrata (CDU) a lo que en ese momento parecía un triunfo resonante de la mano de su filial en Baviera, la más conservadora CSU, sobre sus tradicionales rivales socialdemócratas del SPD. Después de la pesadilla del Brexit hace un año, del susto que provocó el fuerte desempeño de la derecha extrema en Francia y de los avances de partidos extremistas en Austria, en Hungría y en tantos otros países, el saldo de la elección alemana era un bálsamo tranquilizante. Serenidad germánica en un turbulento mar europeo, podríamos decir.

Había un pequeño detalle que no nos pasó desapercibido a quienes hacemos de la preocupación un pasatiempo: por vez primera desde el fin de la Segunda Guerra un partido de tendencias y simpatías fascistoides llegaba al Parlamento, pero el vacío absoluto que le hicieron las demás fuerzas políticas dejó a todos en paz y tranquilos. Y por si todo eso fuera poco, la presencia de Angela Merkel, ella sí dama de hierro europea, ella sí garante de sentido común, de firmeza, de defensa férrea de los principios y valores que forjan, que fundamentan a la Unión Europea.

Y con ese brevísimo marco de atención que nos caracteriza, nos quedamos colectivamente muy tranquilos. A otra cosa, mariposa, que había escandalosas historias que seguir en otras partes del mundo, por no hablar de nuestro deporte favoríto aquí en México: vernos el ombligo, imaginarlo como centro del universo y observarlo, analizarlo y discutirlo hasta el cansancio.

Pero pues entre trompadas e inmadureces en otros lares se nos olvidó voltear a ver a nuestro “lugar seguro”, se nos olvidó que el aparente triunfo resonante de Angela Merkel había sido un bombón envenenado: y es que dados los resultados, la única manera para conformar una mayoría parlamentaria que le permita gobernar implica una coalición con los no irreconciliables, pero sí muy apartados entre sí Verdes y Liberales, estos últimos libre mercado a ultranza, aquellos ecologistas de verdad con un toque de izquierda social.

Las negociaciones están hoy rotas, y todos apelan a la madurez, a la calma y a sentarse de nuevo. De no ser así, a Merkel sólo le quedaría la incertidumbre de convocar nuevas elecciones o intentar volver a la así llamada Gran Coalición con los socialdemócratas, que se niegan de plano a contemplarla. Y se entiende, el SPD se desdibujó en ese gobierno y obtuvo una de sus peores votaciones en la historia.

Lo curioso en todo esto, que permite cierto optimismo, es que Angela Merkel sigue siendo la favorita para continuar al mando en todas las encuestas recientes. Lo malo es que por vez primera se le ha visto una pequeña, minúscula grieta en su armadura, y las armaduras sólo son impenetrables hasta que dejan de serlo.

La de Alemania es una historia ejemplar de como un país supo levantarse desde el más profundo y abyecto pozo, el del nazismo, para construir una sociedad justa, prospera, humanista, incluyente. Es el ancla de Europa, es su conciencia, es la que ha estado dispuesta a pagar el enorme costo de integración de millones y millones de personas. Hoy refugiados, sí. Pero ayer fueron las naciones del Este de Europa a las que Alemania les abrió las puertas de la UE y la esperanza de un mejor futuro, aunque muchas hoy conveniente e ingratamente lo olviden.

Hoy, en su momento de relativa turbulencia, yo les deseo que pronto encuentren buen puerto.

Analista político y comunicador

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