Ya arrancaron las campañas electorales. Más allá de la antediluviana normatividad del INE, que me recuerda la película El Castillo de la Pureza, en que un desquiciado encierra de por vida a sus hijas para resguardarlas de las perversiones de la modernidad, las metafóricas hijas del INE hace tiempo que encontraron una enorme puerta por la que se escapan de día, de noche, a todas horas.

De las fuerzas políticas registradas, dos ya tienen candidatos y otras dos están frente (sic) a la disyuntiva de aliarse o ir cada uno por su lado. A ellos se suman muy probablemente Margarita Zavala como independiente y María de Jesús Patricio, Marichuy, la candidata indígena. Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade, Miguel Ángel Mancera y Ricardo Anaya del lado de los partidos, dos mujeres independientes, más lo que se acumule en estos días.

Con las campañas sube el volumen de la discusión política. Aumentan, sobre todo en redes sociales, fake news, insultos y agravios. Y como en la cantina del pueblo, habría dicho Umberto Eco, las discusiones se van normando un poco por lo que la gente recibe en redes. Pero el verdadero eje rector de la información y la discusión sigue siendo, en México al menos, el de los medios tradicionales. La inundación de las redes con bots, trolls, granjas y noticias falsas ha logrado que poco a poco la gente regrese a aquellas fuentes en las que confía. Con ello cobra relevancia la añeja discusión acerca de si medios, periodistas y editorialistas deben ser imparciales y objetivos o no. Sobre si el periodismo y el activismo, o la militancia, son compatibles, o aceptables. O deseables, como algunos creen.

De entrada es importante diferenciar entre un periodista (que puede ser reportero corresponsal, conductor de noticieros); un editor, directivo o dueño de medios (cuyas tareas son más de línea editorial y periodística, así como de control de calidad); y finalmente los editorialistas, articulistas, comentaristas, opinadores. Yo me cuento en esta última categoría y nunca he pretendido ni presumido ser otra cosa.

Una vez aclarado lo que es o no cada quien, vale intentar algunas reglas básicas. A mi juicio el reportero debe buscar ser objetivo, imparcial. Su trabajo es obtener y presentar la información de la manera más completa y verídica posible. Cotejarla, contrastar fuentes, pedir sus opiniones y puntos de vista e incluirlos de acuerdo a su relevancia noticiosa. Por supuesto en lo personal tendrá sus simpatías o antipatías, pero no deben marcar su trabajo periodístico.

La interpretación, la opinión y el contexto corresponden a editores y, por separado, a articulistas y comentaristas. El editor buscará una buena combinación de interés periodístico, línea editorial, contextos y opiniones. Su tarea no es necesariamente la de ser totalmente centrado o imparcial, siempre y cuando no se meta con las noticias. Se vale que un medio sea más de derecha o de izquierda, no se vale que oculte, invente o distorsione la información. Cada quien escogerá su medio en función de sus propias preferencias, pero debe esperar que ese medio no le mienta.

Muchos no piensan como yo. Creen que la esencia del periodista está en la militancia y el activismo. Que su tarea debe ser exhibir los abusos y excesos de “los malos” y ser condescendiente (o amnésico) con “los buenos”. Nada tendría de malo si lo asumieran públicamente: “Yo voy a desenmascarar a los de (ponga aquí el nombre del partido que guste), pero no me voy a meter con los de (aquí el otro partido) porque en el fondo su causa es buena y justa…”

Tal vez exagero un poco para ilustrar mi punto de vista, pero no hay que ir demasiado lejos para encontrar ejemplos de lo que describí. Y quienes pretendan que eso solo pasa en México, sintonicen un rato a Fox News en EU y verán que en todos lados se cuecen habas.

Yo, por lo pronto, seguiré opinando y procuraré ser objetivo y balanceado, aunque no puedo garantizarlo. Soy, finalmente, un modestísimo opinador.

Analista político y comunicador

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