Donald Trump

lo hizo de nuevo. Con ese sentido único que tiene para sorprender y para echar a perder el momento, justo cuando en México se celebraba el envío del impronunciable TMEC para su ratificación en el Senado de la República, Trump lanzó una más de su aparentemente inagotable reserva de amenazas, ofensas e injurias.

De llevarla a cabo, podría tener un impacto tremendo no solo para el intercambio comercial entre México y los EU, sino para todo el proceso de integración económica de la región norteamericana, construido con gran esfuerzo a lo largo de tres décadas. Amenaza también, y eso no es menor, el clima de colaboración y entendimiento entre ambas naciones, que no ha sido fácil de conservar desde la irrupción de Trump en el escenario.

Las reacciones no se han hecho esperar, no solo en México y en los Estados Unidos, sino en los mercados internacionales, ya de por sí afligidos por la guerra comercial en curso entre China y EU. El peso sufrió su mayor caída desde 2017, las Bolsas se sacudieron y la confianza de los inversionistas mundiales se tambalea frente a la impredecibilidad e irracionalidad del actuar de Donald Trump.

Todos pierden, o perdemos, pero el inquilino de la Casa Blanca no lo ve así. Por un lado, su concepto binario y de suma cero del comercio y la economía internacionales; por otro, su obsesión patológica con el tema migratorio; y finalmente su urgente necesidad por distraer la atención de sus múltiples escándalos y traspiés y de apuntalar su campaña por la reelección.

Nos toca aguantar, respirar hondo y evitar la tentación de la demagogia barata y de su compañera de viaje, la politiquería interna.

Trump es así y no hay tono de voz ni argumentos que lo hagan entrar en razón. Pero de nuestra clase política y empresarial sí cabe esperar mesura, prudencia y sentido de Estado.

Veremos quien sí y quien no está a la altura del momento.

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