El sistema financiero tiene una importancia fundamental para contribuir al crecimiento económico de cualquier país. Esto se ha olvidado en México. En la reciente Convención Bancaria, la presencia del presidente López Obrador, como en otros ámbitos, significó algunos cambios positivos, imprimiéndole alguna orientación social: dotar de servicios bancarios al 50% de los adultos y al 25% de los municipios que no lo tienen; introducir un amplio proceso de digitalización de las transacciones bancarias a bajo costo, como también las transferencias de remesas.

Por otra parte, los indicadores bancarios importantes muestran un rezago importante, tanto frente a nuestra historia, como ante otros países comparables. El crédito bancario como proporción del PIB fue en 1970, 50%, ahora es del 21%; en países como Chile y Brasil exceden del 60%. El margen entre tasa de captación y de crédito es leonino 8%; en Chile y España, 1.6%. El sistema está muy concentrado: 5 bancos que lo dominan y el 80% del crédito va a grandes empresas, el resto a PYMEs. Lo que sí, los bancos obtienen utilidades formidables. Más de $200 mil millones en 2018, particularmente los españoles, cuyas utilidades son las mayores de su grupo. En suma, poco crédito, altos márgenes y muchas utilidades. Este retraso bancario está vinculado a nuestro mediocre crecimiento.

Los grandes economistas han considerado que las instituciones financieras son un sector líder para impulsar el desarrollo. Para Schumpeter, los principales agentes han sido los bancos y los empresarios; otros, como Gerschenkron y Cameron, demostraron el papel que jugaron para apoyar el despegue de Francia, Alemania y Japón, alcanzar el ingreso de Inglaterra y Estados Unidos.

Más allá de que la banca tiene como función intermediar entre captar ahorro y canalizarlo eficientemente vía crédito y manejar el sistema de pagos, estos especialistas la dividen en 2 modelos. El reactivo-pasivo que ajuste el crédito a la demanda y acomoda a los acreedores de altos ingresos; el otro, las instituciones “pro-crecimiento”, que activamente promueven oportunidades de inversión e impulsar nuevos sujetos de crédito. Nuestra banca está claramente en el primer grupo. Como además somos el único gran país con banca extranjerizada, los incentivos provienen de sus matrices, con el objetivo de generar más utilidades.

Hemos ido contra valiosas experiencias de nuestra historia. En los 40 años de mayor crecimiento (6% anual), Rodrigo Gómez, el más grande Director del Banco de México, por 18 años, configuró un Banco Central heterodoxo comprometido con el desarrollo, sin descuidar la estabilidad. Así, una parte de la dinámica captación bancaria la orientaban mediante políticas generales a sectores y proyectos prioritarios con el apoyo de fondos de fomento. La banca creció mucho, con mayor penetración que ahora, también con grandes utilidades. Esto se “descarriló” por otros motivos con las crisis de López Portillo y Echeverría. Pero se acabó de desviar a partir de 1991 con las políticas neoliberales de desregulación y liberalización, lo cual provocó una orgía de crédito, generando nuestra mayor crisis bancaria, la de 1994 y, con ello, su extranjerización. Estas mismas recetas provocarían la crisis mundial de 2008-2009. Apenas nos recuperamos.

Ahora la banca, más allá de la “bancarización”, debe vincularse a nuestro proceso de desarrollo, orientado por políticas generales a dar crédito para la reindustrialización y la renovación tecnológica, la infraestructura, la energía, la agricultura rezagada, para lo cual ni siquiera se dan cifras ni se evalúa. El Consejo creado para impulsar la Inversión, debe ser un instrumento para conciliar estos objetivos y hacer que la banca contribuya realmente a crecer al 4%.

Exembajador de México en Canadá.
@ suarezdavila

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