Martha Rodríguez Leyva, entrenadora de gimnasia aeróbica y patines, tiene un vicio: los jóvenes que hacen deporte. Su legado, dice quien tiene 60 años, es su juventud.

Si hay algo que Martha no tolera es ver a los jóvenes tirados sin hacer nada. Esta mañana, por ejemplo, Martha se topó con un chico en la calle:

-¿Te volaste las clases, verdad? –le preguntó al muchacho que no conocía.

-¿Cómo sabe, señora?

-Tu actitud –le respondió.

Martha no recuerda haber estado sin hacer deporte de pequeña y cuando mira a un chaval sin hacer nada, siente que se le revuelve la barriga. Jugó básquetbol, volibol, fue porrista, bastonera, estudio danza, participó en obras musicales, fue gimnasta. Como entrenadora, su vicio es la gimnasia aeróbica pero también es presidenta de la Asociación de Patines del Estado, ha trabajado en clavados, en nado sincronizado; fue preparadora física de los Sultanes de Monterrey, es especialista en la parte artística y la flexibilidad. Nunca está quieta.

Recuerda que sus padres siempre le inculcaron el deporte a ella y sus siete hermanos. Cuando Martha habla de ellos empieza a lagrimear casi en automático.

-Veo muchos jóvenes que no aman a sus padres, matrimonios disfuncionales que no procuran a los hijos –cuenta.

En el gimnasio de la profesora o maestra, como le llaman todos aquí, llegan muchos chamacos con carencias. Para Martha un joven que hace deporte tiene otra actitud.

Como una madre

Martha llega al gimnasio y los más pequeños de los 45 estudiantes que tiene, se le cuelgan como si fuera la madre favorita. “Mi beso”, le pide Martha a cada alumno.

“Mis atletas son mis atletas, no son mis amigos”, aclara. Pero parece madre de todos. Su casa en Saltillo es refugio de sus deportistas y les tiene tanta confianza como a un hijo. Cuando se termina una clase les pide un beso de despedida. Sabe de ellos dentro y fuera. Se involucra. “Soy parte de su historia”, dice orgullosa.

Arriba Iván Veloz, un coahuilense menudito campeón del décimo Tercer Campeonato Mundial de Gimnasia Aeróbica, lo nunca antes logrado por un mexicano. Iván la saluda de beso y le habla de usted.

Veloz recibió una invitación para participar en los pasados Juegos Olímpicos de Río 2016, como parte de una demostración de la gimnasia aeróbica.

-¿Te sientes mal? –le pregunta Martha a Iván y le toca la frente como una madre a su hijo.

-Sí, todavía. Toda la tarde tuve temperatura y estoy sudando –le responde Iván.

Con Iván Veloz ha logrado formar una sólida dupla que los ha llevado a triunfar en Juegos Panamericanos y campeonatos del mundo en Portugal, Tokio, Bulgaria, Cancún.

De sus atletas como Iván, se expresa con un orgullo que levanta chispas. “El deporte es formativo”, expresa. Y ella es una formadora nata.

Martha ha cosechado medallas desde 1988: más de 40 medallas en Olimpiada Nacional y la Universiada, incluyendo 35 de oro. En Juegos Panamericanos ha logrado 9 medallas de oro desde el 2009. Ha ganado dos veces el trofeo de la World Series en 2014 y 2015 a lado de Iván Veloz, con el que también fue campeón del mundo en 2014 y tercer lugar en 2016. Fue entrenadora del año en Coahuila en 2008 y estuvo nominada al Premio Nacional del Deporte en 2014.

Mario Nava, su más reciente diamante de 14 años, dice que pase lo que pase ella siempre está disponible. “Es como una segunda mamá”. “Si alguien no estudia, lo pone a estudiar”.

En la calle ha encontrado a patinadores que ahora forman parte del equipo coahuilense de hockey, patinaje de velocidad o patinaje artístico. Martha Rodríguez tiene fe espartana en los jóvenes.

Iván le pide permiso a Martha para retirarse pero antes le pregunto cuál es la principal enseñanza de la maestra. “La disciplina”, responde.

“Que te vean los niños, ve a saludarlos antes de irte”, le pide Martha. Iván accede y los saluda. El campeón se toma fotos con los pequeños.


Hay que sufrir

Martha estudió ingeniería industrial en la Universidad de Nuevo León y después la licenciatura en deportes. Le gustan las ciencias exactas porque las considera maravillosas. Se dice cuadrada pero como entrenadora le gusta innovar con sus atletas.

Se queja de que en las escuelas únicamente les avientan un balón. “No hay metodología”, critica. Saca entonces del cofre de la memoria frases dignas de una tesis de superación deportiva: Para hacer deporte hay que sufrir… El deporte se hace con el cerebro… El secreto es la familia y creer en los jóvenes.

-¿Algún deporte que se haya quedado con las ganas de practicar? –le pregunto.

-Nunca me funcionaron los 100 metros, mis piernas eran demasiado grandes y demasiado cortas.

De chica le reclamaba a su mamá por sus piernas. Su madre le respondía: “Aprenda a usarlas”. Y Martha hizo caso: es una salsera empedernida.

Entra un joven a entregarle dinero para viajar a una competencia en Veracruz. “Que los deportistas pongan dinero no lo soporto. Muchos no van a competencias por dinero”, se queja cuando se retira el estudiante. Y como todos en el mundo del amateurismo, Martha ha tenido que dar dinero de su bolsa por sus muchachos. “Mi esposo dice que le cuesta caro mi hobbie”, menciona y ríe.

Alejandro, su esposo, es cubano, lanzador de martillo y entrenador de atletismo. Fue el entrenador de Diego del Real, el lanzador de martillo regio que arañó el podio en los pasados Juegos Olímpicos.

Tienen dos hijos, uno de ellos Erwin, seleccionado nacional de hockey y quien está siguiendo los pasos de sus padres al especializarse en preparación física.


El desafío Coahuila

Martha nació en Monterrey pero sus padres son laguneros. Martha llegó junto a su esposo en tiempos de la administración de Enrique Martínez y Martínez, en el 2000.

Martha se jacta de haber iniciado la gimnasia rítmica en Coahuila, el nado sincronizado, el waterpolo, los patines, el tiro deportivo.

Aceptó la invitación en Coahuila porque quería hacer crecer un estado como éste. “Y lo hemos hecho”, asegura. Su esposo Alejandro regresó a Monterrey en 2003. Casi diario Martha viaja de Saltillo a Monterrey. Ella trabaja para la Universidad Autónoma de Coahuila y él para la Autónoma de Nuevo León.

Martha se declara una guerrera y la guerra más difícil que ha enfrentado es estar lejos de su familia. “No puedo vivir sin ellos”. La otra guerra es Coahuila. “La gente es maravillosa pero la idiosincrasia es especial. Ha habido gente malagradecida aun cuando le cuidas a los niños en viajes, cuando peleas por ellos en el instituto del deporte. Me molesta la traición, la deslealtad. Eso me ha dolido”, platica.

Suma 17 años en el Estado y asegura que siempre le ha gustado cerrar ciclos. El ciclo Coahuila está por concluir.

-¿Qué falta?

-Ese joven: Mario, es espectacular.

-Pero después de Mario va a surgir otro y se va a querer quedar.

-Es el problema. Y ríe.

Campeona de la vida

Martha asegura que ella nació para servir y que eso viene de su padre. Le frustra no llegar a la meta porque se autodefine como ganadora. “Nací para ser campeona de la vida y me sigo proponiendo metas”.

Martha interrumpe la charla. “¿Héctor, vas a trabajar?”, le pregunta a un muchacho que está parado.

-¿Se ha aburrido alguna vez del deporte? –le pregunto cuando regresa a la charla.

-Nunca –afirma tajante.

¿Algún deporte que no le guste?

-No me gusta el ajedrez porque tengo que pensar mucho. Nunca lo he experimentado. No me gustan los deportes de cartas. Soy muy hiperactiva.

-¿Algún deporte al que le tenga rencor?

Se ríe. -Sí pero eso no lo puedo decir.

Detiene la plática. “Permíteme, déjame dar un pésame”. Se acerca una madre a recoger a sus niños; un familiar murió recientemente en un choque automovilístico. Martha la abraza y le dice que lo siente. Habla con ella.

Luego regresa conmigo y retoma el hilo: “¿Qué me queda?”, se pregunta ella sola y ella sola contesta: “Ir a lavar trastes”.

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