Sin reflectores, Candelaria Lázaro Lázaro ha dedicado su vida al altruismo. Indígena, nacida en Tucta, Nacajuca; tiene 48 años, es madre de tres jóvenes y en 2015 ayudó con su organización La Mujer y el Agua a más de 4 mil mujeres maltratadas y violentadas.

A los ocho años ya participaba en la radio indígena en el programa: Voz de los Chontales; daba consejos de salud, cómo usar las hierbas medicinales y hasta cómo tejer. También aprendió a hablar su lengua madre, el yokot’an. Todo se lo enseñó su abuela materna, quien se dedicaba a la alfarería y era la médico tradicional de la comunidad.

Candelaria, vestida con traje de tabasqueña y rebozo, cuenta a EL UNIVERSAL que su infancia fue difícil, no contaba con el apoyo de una familia, la discriminaban y se reían de ella por querer ayudar a los demás. Sólo pudo estudiar la secundaria en el sistema tradicional.

“Yo decía: ‘algún día voy a ser abogada para defender a mi mamá y que nadie le pegue, no quiero tener más hermanos sufriendo’. Yo contaba cosas de mi familia y la gente creía que yo hablaba de ellos, me di cuenta de que el problema de la disfuncionalidad familiar era en toda la comunidad”, relató.

Su deseo de superación era tan grande que le pidió a su madre que la diera en adopción a una maestra; Candelaria no quería quedarse sentada en su comunidad, ella —cuenta— quería ayudar, no quería que las mujeres indígenas sufrieran maltratos ni humillaciones.

“Me decían que yo era una indita, que tenía el pelo largo y que estaba toda llena de piojos, y como en mi comunidad no usábamos ni zapatos ni chanclas, la familia que me adoptó me compró unas chanclas; yo las cargaba abrazadas porque sentía que se iban a echar a perder y prefería andar sin chanclas, me agarraban mis chanclas y las botaban del salón”, recuerda.

A contracorriente. Candelaria Lázaro es gobernadora de los pueblos indígenas del estado, designación que le dio el Consejo Nacional de Pueblos Indígenas, figura que existe en 22 estados del país.

Como gobernadora es la encargada de coordinar la elección de las autoridades en las comunidades autóctonas; genera proyectos de trabajo con ellos pero, sobre todo, los capacita y realiza diversas gestiones para que programas sociales puedan llegar a las comunidades.

Con la voz quebrada por el llanto, Candelaria, quien en 2015 fue reconocida con el Premio Estatal de los Derechos Humanos, relata el sufrimiento y discriminación que viven los indígenas.

En 1991 inició apoyando a mujeres y hombres con su organización llamada Tres Soles, en honor a las tres generaciones de su casa: su abuela, su madre y ella.

Se convirtió en la dirigente de quienes buscaban trabajo pero aún era víctima de humillaciones; “mi pensamiento fue siempre ayudar y no me importó”, señala.

La activista ha superado esos obstáculos: dejó atrás Tres Soles y la convirtió en la Mujer y el Agua, donde trabaja con más de 4 mil compañeras en un taller para siembra de hortalizas y crías de gallinas: “Ese es un poder que yo tengo, que tiene mi compañera que se va a alimentar, que va a comer, ese es el poder, no es nada más ir a pelear”.

Ella no vive del altruismo porque trabaja en una empresa privada dedicada al tratamiento de hidrocarburos; tiene un salario con el que sacó adelante a sus tres hijas: una es periodista. “Les di todo para que sean hoy mujeres de bien”, dice.

Reflexiona cómo su organización ha podido ayudar a féminas con el apoyo de la iniciativa privada y algunos funcionarios en Campeche y Quintana Roo, “pero en Tabasco no”, porque, dice, hay egoísmo, no hay apoyo de nadie.

Candelaria dice que no está casada con la idea de ser política o de buscar un cargo de elección popular, aunque reconoce que si en su camino se lo encuentra, haría más por su género.

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