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El reloj marcaba casi las 14:00 horas y la flama superaba el metro y medio de alto en el interior de la planta Clorados 3 del Complejo Petroquímico Pajaritos. Era el preludio de la tragedia.

Los trabajadores de compañías privadas fueron desalojados de la zona donde ocurrió el flamazo en la fábrica. Siguieron los protocolos de seguridad y tomaron las rutas de evacuación para abandonar la enorme estructura metálica.

“Hubo un acordonamiento donde había fuga”, recuerda Abiel de la Cruz, un empleado de empresas privadas ataviado con su overol en color naranja y un collarín.

Personal de seguridad, una hora después, avisó a todos que la fuga había sido controlada y que no existía peligro. “Entonces la gente se volvió a incorporar a su área de trabajo y después llegó el madrazo”, recuerda.

Caminaba con su amigo Juan Nolasco, cuando sobrevino la explosión en Clorados 3 y sus cuerpos salieron volando. “Fue algo rápido, nos tocó estar cerca, iba por mi equipo de trabajo cuando sentí la explosión”, rememora Juan, empleado de una compañía subcontratada por Pemex.

Ambos, heridos, comenzaron a correr por las rutas de evacuación; en el trayecto fueron ayudando a sus amigos y conocidos; una vez afuera, corrieron por el monte que rodea el complejo. “Salí como pude, agarré el monte, logré salir. Apoyamos a los demás compañeros para sacarlos”, agrega en las puertas de la Clínica 36 del Instituto Mexicano del Seguro Social, donde lo dieron de alta.

“La verdad siento algo feo porque estuve un buen rato conviviendo con ellos, a la mayoría sí los conocía y sí me da mucha tristeza que no pudieron regresar a su casa o con sus familias”, declara.

Emocionado por estar vivo, externa un dejo de impotencia por los 28 compañeros que quedaron quemados en los fierros retorcidos de la planta.

Otros 136 resultaron heridos, de los cuales 24 siguen hospitalizados y hay al menos 15 personas desaparecidas.

En lo más alto de la conflagración, sus familias les llamaban vía celular, pero en ese momento lo único que querían era salvar la vida y después avisar a los suyos que estaban bien y que fueran por ellos.

Tres días después de lo ocurrido, ambos se preparan para regresar a laborar, porque el miedo acongoja el alma, pero el hambre al estómago y a la familia.

“A trabajar no hay de otra, sí va uno con miedo, pero qué le hacemos”, recalca Abiel.

Se funden en un abrazo solidario y fraterno. En su mente sigue vivo el recuerdo cuando los de seguridad interna les ordenaron: “El incendio está controlado, pueden entrar”.

Los trabajadores laboran en los tres complejos petroquímicos de Coatzacoalcos —Cangrejera, Morelos y Pajaritos— aseguran que desde hace meses había fugas constantes en esa planta.

“Cuál secreto, todo mundo sabía que tenían fugas y nadie hizo una chingada”, se queja un trabajador petrolero en activo que cuenta las estrictas medidas de seguridad que ellos aprendieron hace años.

Incluso, Selene Velázquez, esposa de Marcos Antonio Gómez Martínez, un obrero en la lista de desaparecidos, sabía de los incidentes.

Selene se quedó sin su esposo con el que planeaban tener hijos y con aquella historia que le contó hace como dos meses, cuando hubo una fuga de gas a 10 metros de donde laboraba.

“Hace como dos meses hubo una fuga y hubo un muerto. Me había comentado él, pero fue más retirado de donde estaba ahora”, afirma.

Ese incidente ocurrió el 26 de febrero, cuando Pemex informó que un trabajador murió, tras un flamazo.

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