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Cae el sol en la comunidad de Punta Chueca, municipio de Hermosillo. Es el atardecer en el atracadero de la nación indígena seri, conocida también como Comcaac; a duras penas Lidia Ibarra Pérez, artesana mayor y practicante de la medicina tradicional, camina en la arena apoyada por un bordón de madera.

A sus 73 años, esta guerrera se siente orgullosa de ser mujer. Llega al atracadero y el sonido de las olas hace sentido en su interior que se convierte en música. Luego, Lidia le canta al mar en su lengua materna.

La canción menciona que el mar está dando vueltas y los peces van cantando. Al son de viento y la marea, Lidia eleva tonadas y pide bendiciones para la tribu.

Se sienta en la arena; con un faldón de coloridas flores que tapa sus piernas hasta los tobillos, muestra los productos que vende a extraños que por alguna razón entran a su tierra.

“Nosotras no tenemos trabajo fijo, no hay dónde vender nuestras cosas. Una mujer seri está en el hogar, cuida a los niños, y hace collares”, explica.

En su comunidad los hombres hacen la política, “a nosotras no nos interesa. No puedo pelear con otros, es meterse en problemas”, considera.

Orgullosa de sus costumbres y tradiciones, expresa a EL UNIVERSAL lo difícil que es para las mujeres de la tribu vender sus collares artesanales.

Los collares —de variados y creativos diseños— se elaboran con caracoles, conchas, vértebras de víbora de cascabel, huesos de pescado y hasta escamas, son pintados de colores vívidos y se venden a 50 pesos.

También confeccionan pequeñas muñequitas vestidas con el atuendo típico de la etnia, las cuales venden entre 250 y 300 pesos.

Entre sus artesanías destacan las famosas coritas, son unas cestas elaboradas con ramas de torote prieto, las cuales dependiendo de su tamaño pueden tardar entre una semana y varios años en su elaboración.

Cuando teje, la artesana canta y reza para protegerse de los malos espíritus y de las envidias.

Son de religión evangelista (cristiana), tienen su propio pastor. Como parte de una tradición milenaria, las mujeres usan la pictografía facial, llena de simbolismos sobre la fertilidad y abundancia espiritual. La tinta sobre la piel también revela su estado civil.

La mayoría de las mujeres de la etnia son espigadas, de piel morena y deshidratada por la permanente exposición al sol y a la sal marina.

Lidia, la artesana mayor, lamenta que las nuevas generaciones estén perdiendo tradiciones; “ahora a las niñas las visten de pantalón de mezclilla, están dejando las faldas largas atrás”.

La vestimenta de la mujer seri es considerada traje típico de Sonora. Consiste en blusa de manga larga abotonada al frente, lleva a la altura de la cintura un vuelo u olán que define la esbelta figura de las jóvenes. La falda es larga y el ruedo tiene adornos de cintas en colores contrastantes, así como en los puños y el pecho de la blusa. Llevan el cabello largo y las mayores lo cubren en ocasiones con un paliacate anudado bajo la barbilla.

Ellas no se quejan de su destino, están conformes con su forma de vida; ninguna de ellas destaca en algún ámbito, sea social, político o económico, todas son iguales.

Lidia muestra su mercancía a todo el que se aproxima y como ritual saca de su bolsa un morralito de salvia “para la buena suerte”, dice.

Luego, con pausado andar de sandalias enterradas en la arena, camina apenas unos escasos metros para arribar a su domicilio.

Su casa está frente al mar. Ella espera la próxima marea baja para poder caminar mar adentro y recoger las conchitas de almejas para hacer los collares que le permiten subsistir.

Punta Chueca se encuentra ubicado a 20 kilómetros de Bahía de Kino, uno de los centros turísticos más importantes de Sonora. Es reducto de la reserva indígena seri con un censo aproximado de 405 personas, de las cuales 193 son hombres y 212 mujeres.

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