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A sus 53 años, Alejandro se ha quitado el González completo para sustituirlo sólo por la “G” en los créditos de su cine. Conserva el Iñárritu como todo mundo lo llama y que de cierta manera, lo distingue de todos.

Y desde su quinta década de vida, recuerda su niñez: “Mi padre era cinéfilo y no lector, me llevó a películas por la cual me introdujo al arte y mi madre igual, yo soy el más chico de cinco hermanos y no existió tampoco un ambiente enfocado a la literatura.

“Mi necesidad era separarme (pues era) aplastado por mis cuatro hermanos, el mayor tenía la atención: rubio, ojos azules y yo era el prieto y feo, me decían era grande, gordo y morado, por que nací pesando seis kilos”.

Tampoco, dijo en su momento a un grupo de estudiantes en plática magistral, hubo cineastas que lo marcaran de manera consciente.

No puede citar como otros de sus colegas, que una película le cambió la vida para intentar enfocarse en el llamado séptimo arte.

De hecho comenzó haciendo publicidad, apoyado por una voz portentosa y mucha creatividad que explotó en el renacimiento de la W FM al lado de Charo Fernández y Martín Hernández, a quien luego invitaría a supervisar el audio de Amores perros.

En la radio fueron muchos días de pizza y música, hasta que brincó a la televisión y de ahí al cine.

Antes, Iñárritu había tendido lazos con gente del medio buscando empaparse de todo. En su momento extendió un cheque a Daniel Michel, hoy directora del Festival de Morelia, pero quien entonces hacía jornada de cortometraje en la Cineteca Nacional.

Lo demás es historia. Ha dirigido seis películas y ganado en Cannes, Oscar. Su próximo proyecto es un corto de realidad virtual con el tema de migración, aún en ciernes.

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