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La mesurada y sólida carrera de Clint Eastwood, acaso el último gran director de la vieja escuela que le queda al cine estadounidense, mantiene envidiable constancia. Su estilo fílmico es ajeno a parafernalias y banalidades; es discreto y elegante: en las actuaciones, en el trazado de la trama, en la estilización (gracias a la siempre certera fotografía de Tom Stern); su narrativa visual destila perfecciones al plantear el tema, al presentarlo subrayando atmósferas y emociones. Ahora en espectacular formato IMAX, su cinta 35 para cine (con apenas un corto y dos TV episodios extras) Sully, hazaña en el Hudson (2016) es otra crónica sobre un héroe cotidiano (tras Invictus, Jersey boys, persiguiendo la música y Francotirador).

A sus vitales 86 años de edad, Eastwood detalla cómo un momento define la vida de Chesley Sully Sullenberg (Tom Hanks): el acuatizaje que hizo con un Airbus el 15 de enero de 2009 al considerar que había perdido los dos motores. Este héroe renuente actuó por instinto y resultó tan competente que salvó a pasajeros y tripulación. La cinta revela el alma profunda de un personaje complejo puesto en duda y al borde del abismo cuando su mundo queda en entredicho por los más de 200 segundos que pudieron ser mortales. El libro autobiográfico de este episodio insólito en la historia de la aviación comercial, que sirve de inspiración al guionista Todd Komarnicki, la intensa sabiduría de Eastwood y las maduras capacidades actorales de Tom Hanks lo convierten en una sutil obra maestra cinematográfica menor.

La mitología de vampiros vs. hombres lobo creada por el audaz director Len Weisman para Inframundo (2003) y sus secuelas Inframundo: evolución (2006, Weisman), Inframundo 3: la rebelión de los lycans (2009, Patrick Tatopoulos), Inframundo: el despertar (2012, Mans Marlind & Björn Stein), increíblemente da para una quinta parte: Inframundo: guerras de sangre (2016), debut cinematográfico de la tv directora Anna Foerster, experta en efectos especiales con enorme experiencia también en la dirección de fotografía. Esta quinta parte de la saga de Selene (Kate Beckinsale) rebasa y despedaza la frágil mitología con la que siempre se le ha enfrentado, Crepúsculo.

Weisman y sus coguionistas originales Kevin Grevioux y Danny McBride idearon una hiperviolenta guerra donde “los tiempos cambian, los vampiros no”. En consecuencia, esta cinta renuncia a modificar ese eterno enfrentamiento. Lo que hace Foerster, con la plástica fotografía del germano Karl Walter Lindenlaub, es convertir lo visual en dinámicos trazos pictóricos que parecen dilatar el tiempo; hace una parábola de aceradas texturas que se concentra en los personajes, siempre emblemáticos, que protagonizan un espectáculo que parecería gratuito de no ser por sus habilidades.

Foerster entrega no una secuela más sino otro fragmento de un notable mural en movimiento, por supuesto, sobre una mitología que, si sigue con vida, es por sus inspirados logros visuales.

Hay cintas que no deberían tener secuelas. Bad Santa 2, reca(r)gado (2016), largometraje fílmico 10 del poco creativo Mark Waters, tiene el defecto de que la original de Terry Zwigoff, Un Santa no tan santo (2003), tenía a la insolencia como motor. Aquí, el inferior guión pergeñado por Johnny Rosenthal & Shauna Cross, lejos está del inventivo original de Glenn Ficarra y John Requa: se queda en una suma de impertinentes chistes acedos, gratuitamente vulgares, sobre un irrecuperable personaje misantrópico sin la inteligencia de la parte uno. Esta intrascendente película no es para reír: es para llorar.

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