El tanguero argentino Carlos Gardel cantaba “que 20 años no son nada”, ¿pero qué significan 70 en la vida de una Academia de Cine? La mexicana, que hoy los festeja en el Auditorio Nacional, ha pasado por alegrías, reestructuraciones, críticas, enojos y controversias.

La Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC) es la que anualmente otorga el premio Ariel, que esta noche celebra su entrega 58.

En 2005 Al otro lado, en su momento competidora en la carrera del Oscar, fue prácticamente olvidada en los premios; cinco años después la categoría de animación fue declarada desierta, a pesar de haber sido inscritas Otra películas de huevos y un pollo, de Huevocartoon y Nikté, de Ricardo Arnaiz.

Este año, ambos están nominados.

“Hemos crecido y dado de qué hablar. Hemos demostrado que sí podemos y este es el resultado”, dice Arnaiz.

“Estaremos ya compitiendo cada año porque hemos ido aprendiendo a hacer mejores historias e incluso hemos ya roto barreras, estrenando en otros países”, agrega.

Para ser miembro de la Academia es necesario haber ganado un Ariel. Otra opción es recibir una invitación en base a trayectoria.

Eso, considera el cineasta Juan Antonio de la Riva (El gavilán de la sierra), quien por un año ostentó el cargo de presidente de la institución, debe ajustarse.

“Los miembros deberían saber, por ejemplo, quién es Rosita Quintana (actriz que recibirá el Ariel de Oro) y qué películas hizo para dárselo; estoy seguro que 90% de los académicos ni siquiera lo saben.

“Están trabajando bien, pero hace falta más rigor en los miembros”, externa.

Otro problema: varios integrantes de la comunidad no se sienten parte de ella.

Jorge Ramírez-Suárez (Guten tag, Ramón), nunca ha sido invitado a la ceremonia, más que cuando está nominado. Este año, apenas esta semana, un amigo le dijo que podía asistir.

“Y claro que iré, hay que estar”, expresa.

Pero la AMACC no sólo ha recibido fuego amigo, sino también gubernamental. Al sobrevivir principalmente con recursos federales, hubo años en que el dinero tardaba en llegar.

Hace cuatro años, los académicos escarbaron entre sus pantalones para juntar los 800 mil pesos que cuesta la elaboración de estatuillas.

Antes, cuando Sari Bermúdez fue presidenta de Conaculta, Diana Bracho la tuvo que amenazar para obtener recursos.

“Faltaban cuatro días para la ceremonia y no caía el dinero, fui con ella y le dije que si no había, cancelaría la entrega y diría por qué. Al día siguiente, llegó”, recordó a EL UNIVERSAL.

Dolores Heredia, actual presidenta del organismo, persigue el objetivo de hacer un patronato y continuar colaborando con universidades que quieren aportar. “Así se podrá acercar nuestro cine al público”, indica.

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