Si analizamos la historia patria, de la manera como nos la enseñaron en la escuela, invariablemente nos toca el papel de las víctimas. Al mismo tiempo se nos dice que tenemos una gran historia, pero plagada de muchos invasores y bastante mala suerte.

Desde la fundación de Tenochtitlán tenemos un puñado de logros, casi siempre producto de librarnos del yugo de algún invasor extranjero. En el plano interno, otros pocos como ponerle límites a la Iglesia y acabar con el Porfiriato. El grueso de los episodios nacionales son transmitidos de generación en generación como una historia traumática, de sometimiento, intervenciones extranjeras y pérdida del territorio.

La historia que aprendemos desde pequeños nos enseña a asumir el papel de vencidos y de perdedores; nos llena de resentimientos que poco hemos hecho para asimilar y superar. Con ese fardo histórico sobre nuestras espaldas, ha sido más sencillo recurrir al expediente de que nuestras desgracias siempre provienen del exterior. Esa percepción dificulta en extremo construir una mentalidad triunfadora, de un pueblo que sabe crecerse ante la adversidad. Algunas otras naciones han sido derrotadas y han caído en períodos de profunda depresión y al poco tiempo se las ingenian para levantarse, prosperar y convertirse en potencias. En México nos ha venido más cómodo encontrar la razón de nuestros males en un mundo exterior que desde siempre se empeña en desviarnos del camino de la grandeza.

El debate que ha suscitado el Presidente a propósito de la Conquista abre una oportunidad inédita para mirarnos con honestidad ante el espejo. Resultaría interesante que nos pidan disculpas todos los que han cometido algún agravio contra nosotros y observar después si en algo cambiarían las cosas en la conducción de nuestro país, en nuestra postura colectiva ante la vida. Vendría bien hacer un alto en el camino para averiguar qué queremos ser como nación y qué tenemos que hacer para lograrlo, en vez de seguir anclados en la difusa idea de lo que pudimos ser y nunca logramos. A estas alturas no existe claridad si queremos ser una potencia industrial, maquiladora o científica, un ejemplo de la multiculturalidad o del cuidado del medio ambiente, un proveedor de energía, un gran centro financiero o el referente mundial del turismo…o todas las mencionadas. En el terreno político ya tenemos la certeza reciente de que seremos post neoliberales. Ahora falta definir esa nueva denominación y después analizar en qué tipo de país nos convertiremos.

En los dos siglos que estamos por cumplir como país independiente ya tuvimos nuestra buena dosis de conservadores y liberales, de pax porfiriana, del PRI, del PAN y ahora de Morena. Hemos avanzado en muchos campos, pero seguimos con la idea de que el potencial de México es mucho mayor que lo que hemos logrado. Yo así lo creo.

También creo que en gran medida somos producto del cuento que nos contamos a nosotros mismos, y ese cuento nos ha disminuido, nos ha hecho asumirnos como víctimas sin remedio. La principal disculpa de nuestras desgracias y fracasos debemos pedírnosla a nosotros mismos.

Internacionalista

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