Es una estupenda noticia que nuestro país decida ocupar de nuevo un asiento en el Consejo de Seguridad. Una vez obtenido el endoso del Grupo Latinoamericano y del Caribe no hay la menor duda de que México participará en el órgano más relevante del sistema de las Naciones Unidas. Es un mérito muy importante del Dr. Juan Ramón de la Fuente, nuestro Representante Permanente, que esta decisión haya prosperado y que ahora sea avalada por el pleno del Senado.

En México siempre ha generado polémica la pertinencia de ocupar o no un asiento del Consejo de Seguridad. Durante la Guerra Fría predominó la corriente diplomática de abstenernos de participar en el CSONU, pues lo único que podía pasar es que votáramos con Estados Unidos y contra la Unión Soviética, lo cual era malo, o que votáramos contra la postura de nuestro vecino, que era peor. Prevalecía una posición maniquea que, de haberla asumido el resto de la comunidad internacional, el Consejo de Seguridad habría desaparecido por falta de voluntarios a contribuir a la toma de las grandes decisiones internacionales.

La tendencia aislacionista mostrada por nuestra política exterior en los primeros seis meses de este gobierno parecía apuntar a que México abandonaría la candidatura. Una vez dentro del Consejo de Seguridad, ese molde tendrá que cambiar. En los próximos dos años, nuestra delegación ante la ONU tendrá que pronunciarse con claridad y contundencia sobre los asuntos más delicados del mundo, aquellos que ponen en peligro la paz y la seguridad internacionales. Carece de cualquier sentido y sería altamente contraproducente ocupar ese asiento para ejercer un abstencionismo sistemático frente a cuestiones que exigen definiciones tan delicadas como es la aprobación o rechazo del uso de la fuerza.

De ahí que el logro inicial más relevante del embajador De la Fuente haya sido convencer a México de mantener esta candidatura. Convencer al resto del mundo, a los 193 países miembros, será laborioso, pero más sencillo.

Resulta imposible adivinar en qué condiciones se encontrará el mundo en los siguientes dos años. Es previsible que en los próximos meses aumenten las tensiones en torno a Irán y que la rivalidad entre los tres grandes —Estados Unidos, China y Rusia— continúe acentuándose. Habrá también elecciones en Estados Unidos y con ello puede crecer la tentación de iniciar alguna aventura militar. Sobre este tipo de asuntos, en extremo complejos y delicados tendrá que pronunciarse México. Las grandes potencias, como lo hacen habitualmente, buscarán inclinar el sentido del voto mexicano. Es en esos momentos delicados cuando se requiere contar con una argumentación sólida, destreza diplomática y una postura constructiva que abone al mantenimiento de la paz por encima de los intereses sesgados de cualquier potencia.

Tuve el privilegio de representar a México en el Consejo de Seguridad en 2003, recién iniciado el conflicto en Irak. Junto a la guerra en Siria, ha sido el episodio bélico más importante en este siglo. Como se sabe, el gobierno de George W. Bush buscaba a toda costa el aval del CSONU para justificar una intervención militar. Con el correr de los años puede constatarse que por más que lo demandara Washington el mundo no debía apoyar un conflicto fabricado con la falsa premisa de las armas de destrucción masiva. Así, en lo que será la quinta participación de México, mientras nuestro equipo en Nueva York lea correctamente los grandes retos mundiales y cuente con argumentos impecables, crecerá el prestigio y el peso de México en la toma de las decisiones más delicadas y complejas del planeta.


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