Los discursos de Donald Trump y de Nicolás Maduro en la Asamblea General de Naciones Unidas estuvieron repletos de contradicciones, verdades a modo y, en el caso del venezolano, con una acusación directa a México.

Las tesis de Trump merecen que ya vayamos acuñando el termino de “trumpiano” para designar aquellas expresiones en que a cada frase se sostiene una postura opuesta a la anterior. En la ONU apoyó el derecho de todos los países para darse el régimen político que más les acomode, tener el sistema económico que les plazca y adorar a la deidad de su preferencia. Inmediatamente después condenó la orientación religiosa de Irán, el apego de Venezuela al socialismo y el centralismo económico de China. Entonces, ¿en qué quedamos? Interpretándolo, quiso decir que todo mundo haga lo que quiera mientras abrace el capitalismo, el cristianismo y la democracia neoliberal. Remató su ponencia diciendo que Estados Unidos rechaza la globalización y enarbola el patriotismo (o sea, al nacionalismo) como guía de su comportamiento internacional. Si todas las naciones del mundo sostuvieran lo mismo, no habría margen para la colaboración internacional en ningún campo, no existirían las convenciones ni los tratados internacionales y, por supuesto, la ONU misma desaparecería. El hecho de que la principal potencial del mundo sostenga esta postura es altamente peligroso para la convivencia internacional. Lo bueno, dentro de todo, es que al inicio de su discurso, el mandatario estadounidense arrancó las carcajadas de la Asamblea General y quizá por ello, el resto de su mensaje ya no fue tomado tan en serio.

Cuando llegó el turno de Nicolás Maduro, escuchamos la versión latinoamericana del “trumpismo”. El líder bolivariano afirmó que había ganado las elecciones presidenciales por amplio margen y en eso tiene razón, porque para lograrlo eliminó de entrada a la oposición. Es como jugar frontón sin pared. Pero lo más sorprendente es que, en el caso de Venezuela —según él— los males y las carencias de su país son producto de una gran conspiración internacional. En su visión, él y su régimen han conducido a su país de manera ejemplar, pero oscuras fuerzas del exterior han echado todo a perder.

Resulta difícil comprender que la principal potencia petrolera de América cuente hoy con 2.3 millones de personas desplazadas y que su población haya perdido peso corporal —más de diez kilos en promedio— debido al desabasto de alimentos. Brasil ha introducido controles fronterizos ante el éxodo creciente, mientras que Ecuador, Perú y Colombia reciben volúmenes inéditos de venezolanos. Esto, a pesar de que no existen límites ni sanciones internacionales para impedir que el gobierno de Maduro exporte petróleo como siempre lo hizo. Hasta ahora, las únicas sanciones que se han impuesto es a los colaboradores más cercanos del mandatario bolivariano, mediante la congelación de cuentas bancarias en Estados Unidos.

Ante la Asamblea General, Nicolás Maduro afirmó con todas sus letras que México, Colombia y Chile habían maquinado un supuesto atentado en el que aparecieron drones durante el desfile militar que encabezaba. Así las cosas, los tres países latinoamericanos habrían conjuntado sus recursos y su talento para hacer volar los aparatos que acabarían con la dirigencia venezolana. Es difícil adivinar las intenciones de Maduro. No es claro si la acusación tenía por objeto señalar a los conspiradores o exhibir la torpeza del operativo.

Así, Trump y Maduro encontraron en la ONU que el mundo les estorba; al primero porque obstruye la grandeza de Estados Unidos y al segundo porque apuesta a su fracaso.

Internacionalista

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