La diplomacia es una profesión muy honrosa e interesante, pero en forma alguna se trata de un empleo convencional. Cambiarse de país cada tres o cuatro años en promedio, tiene un alto costo familiar, económico y de adaptación que en nada se parece a otros trabajos. A esta complejidad se añade ahora una posible reducción en los salarios de nuestros diplomáticos y cónsules. Este podría ser un golpe letal para una de las instituciones más dignas y comprometidas del país.

A pesar de la manera explosiva en que ha crecido el número de paisanos que reside en el exterior y la multiplicación y complejidad que han registrado nuestros nexos internacionales, el Estado mexicano lleva décadas sin invertir en sus representaciones en el exterior. El posicionamiento de México en el mundo, la atención a los connacionales y la promoción de los intereses nacionales requieren mayores recursos, no menos.

Nuestra diplomacia opera actualmente con las mismas plazas del servicio exterior que hace 40 años. Se trata apenas de 918 funcionarios de la rama diplomático-consular que deben encargarse de 80 embajadas, 67 consulados y 7 misiones ante organismos internacionales, además de las tareas que deben cumplir en la propia Cancillería. Brasil cuenta con 144 embajadas, Cuba 123, España 118 y Sudáfrica 102. Para estos países el mundo se ensancha y para México se contrae.

Descontando a las grandes embajadas o consulados en Washington, Guatemala, España, Los Ángeles o Chicago, nos encontramos que la mayoría de las representaciones de México tienen un promedio de apenas un embajador o cónsul y dos o tres funcionarios como máximo. Esas tres o cuatro personas deben analizar el país que les corresponde y detectar oportunidades para México. Deben cultivar relaciones productivas con gobiernos, intelectuales y empresarios, promover la proyección de nuestra cultura, negociar paquetes de becas e intercambio universitario, brindar protección a los paisanos (en Estados Unidos, son cientos de miles de trámites y labores de asistencia), promover las inversiones y el turismo, negociar una amplia gama de acuerdos, participar en litigios internacionales, organizar misiones de negocios, dialogar con los medios y recibir a visitantes mexicanos del gobierno federal, gobernadores, congresistas, artistas y otras personalidades. Un cónsul en Estados Unidos atiende más personas que un municipio de población promedio dentro del propio México. Solamente que debe hacerlo en otro sistema legal, sin la infraestructura y el personal que tiene un municipio y, por supuesto, sin un presupuesto similar.

Para fijar los salarios, las cancillerías toman como referencia el tabulador que aplica la ONU para pagar a sus funcionarios en todo el mundo. Ese indicador toma en cuenta el costo y las dificultades de vida en cada país. Los salarios de nuestro servicio exterior no se han modificado desde 1999 y por ello muestran un rezago de más del 35%. Los diplomáticos de México ganan aproximadamente la mitad que sus homólogos de Brasil, Chile, España o Perú. Por ello, es creciente el número de diplomáticos mexicanos que se ven en la necesidad de partir a sus adscripciones sin su familia, ante la imposibilidad de poder rentar una vivienda adecuada y pagar colegiaturas en escuelas internacionales, cubriendo a menudo gastos dentro y fuera de México.

Para impulsar el desarrollo, fortalecer la imagen y el prestigio de México y lidiar con el complejo escenario mundial, necesitamos una presencia más sólida y diversificada en el exterior. Sin embargo, pasan los sexenios y cada vez se invierte menos para alcanzar esos objetivos. La cuarta transformación que pretende aplicarse no puede darse al margen de un México fuerte en el plano internacional. Las nuevas autoridades de la Cancillería deberán defender a nuestro servicio exterior y expandir los espacios de la diplomacia, que son los de nuestros paisanos, los de nuestros intereses y oportunidades en el mundo.

Internacionalista

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