La reflexión del gobierno debe ser la siguiente: existen demasiados problemas que resolver dentro de México como para abrir frentes en la agenda internacional. Para evitar fricciones o complicaciones en el ámbito externo, mejor refugiarse en los principios tradicionales de política exterior. Bajo esta lógica, el gobierno estaría vacunado de los vaivenes mundiales, podrá dedicarse de lleno a administrar los asuntos internos y, algo muy importante, con esta medicina nadie intentará meterse con México. Parecería una política de neutralidad cercana a salirnos del mapa mundial. Buena suerte.

Bajo esta tesis, la participación de México en los organismos internacionales, donde constantemente se vota sobre toda la gama de asuntos que inquietan a la humanidad, será de abstención sistemática. En aras de mantener incólume el principio de la no intervención, nada habrá que decir por parte de México frente a situaciones de genocidio, violaciones graves de los derechos humanos, rompimiento del orden democrático o guerras civiles. Habrá que mantenerse en silencio o votando invariablemente en abstención ante asuntos como el de Siria, aunque sean una amenaza a la paz internacional. O nos abstendremos de emitir siquiera una opinión sobre el programa nuclear de Corea del Norte, por tratarse de una decisión interna de ese país, una simple expresión del derecho a la autodeterminación (bélica en este caso) del gobierno norcoreano. Con esta postura, México jamás se habría pronunciado contra las dictaduras de Pinochet y los Somoza, las matanzas en Yugoslavia o los campos de exterminio en Camboya.

En el Grupo de Lima, México opinó que no tenía opinión sobre lo que ocurre en Venezuela. Si las elecciones fueron no sólo fraudulentas, sino que además se desconoció a la oposición, es asunto de ellos. Si el Congreso que eligieron los venezolanos fue anulado por el régimen y uso en su lugar a una asamblea constituyente nombrada por el gobierno, también es un tema que nada más incumbe a los venezolanos. También habría de suponerse que si sus actos tienen repercusiones regionales, como son los dos millones y medio de venezolanos desplazados a otros países de la región, también se trata de un asunto que sólo compete a Venezuela. Habría que recordar que los gobiernos democráticos apoyan a otras democracias. Es parte de su legitimidad y de sus convicciones.

Frente a este escenario y dentro de la misma lógica de los principios, ¿estamos en presencia de un ejercicio de autodeterminación del pueblo venezolano o del régimen? ¿Quién es el pueblo que ejerce su derecho a la autodeterminación: quienes votaron mayoritariamente por un Congreso plural o quienes lo cancelaron desde el poder? Tampoco le hizo gracia a Trump que los demócratas le arrebataran la Cámara de Representantes, pero no por ello eliminó al Congreso. Ante estas condiciones antidemocráticas, el gobierno de México intentó dar visos de neutralidad, pero la lectura mundial fue que respaldó a Maduro. Caminando por la cuerda floja, en vez de decir con todas sus letras que apoya al mandatario venezolano, se escudó bajo el argumento de los principios. La comunidad internacional tomó nota de esto: desde Evo Morales que aplaudió la decisión, hasta Canadá y el grueso de América Latina que lo entendieron como un espaldarazo a Maduro.

La primera lección de este episodio es que en la diplomacia, aun la neutralidad implica tomar partido. México pretendió situarse al margen de la discusión, pero la interpretación global es que se apoyó al régimen bolivariano. La segunda lección es que el aislamiento conduce a eso, al aislamiento. Cuando se le ofrezca a México contar con el apoyo de miembros de la comunidad internacional en alguna iniciativa, se encontrará con que carece de aliados. Nuestro gobierno está aún muy fresco; tiene tiempo de sobra para evaluar si ésta es la estrategia que conviene desplegar en el sexenio. Una cosa es que no pretenda ser farol de la calle y otra muy distinta es cortar los cables de alimentación que iluminan la casa.

Internacionalista

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses