Tras cerca de dos años y medio de que se dio inicio a una serie de obras de reforzamiento, ampliación y remozamiento en la sede de la Secretaría de Economía federal en la Colonia Hipódromo Condesa de la Ciudad de México, los empleados de dicha dependencia, que fueron trasladados al inicio de los trabajos a un edificio rentado en Paseo de la Reforma, se preparan para regresar a sus oficinas.

Sin embargo, debido a que el cambio de gobierno está prácticamente a la vuelta de la esquina, y con éste a su vez la mudanza de la Secretaría de Economía a la ciudad de Monterrey, Nuevo León —según el plan de descentralización del próximo presidente—, cabe preguntarse qué sentido tiene invertir tiempo y dinero en un traslado que ya no será aprovechado. La respuesta es ninguno. Como mucho los trabajadores podrían estar un par de meses antes de que llegue la próxima administración.

Parece absurdo que habiendo asuntos de mayor importancia en esta instancia federal en la antesala de la transición, como la entrega de cuentas claras a la próxima administración, se empleen recursos para volver a instalar todo el aparato operativo de esta secretaría en un sitio que ya no utilizará.

Con lo que además es inevitable preguntarse, con indignación, para qué o de qué servirá la inversión —bastante considerable de 499.5 millones de pesos— realizada en el edificio de la Secretaría de Economía.

Porque si bien las obras realizadas se originaron en la necesidad inexcusable de solucionar una inclinación de 30 cm que ponía en duda la resistencia del inmueble a sismos, buena parte de los recursos invertidos se emplearon para otras cuestiones no estrictamente necesarias, como la ampliación de tres plantas a la torre o su remodelación para tener espacios abiertos con iluminación y ventilación.

Esto sin mencionar que el presupuesto original fue de 398 millones de pesos —prácticamente 100 millones de pesos menos que lo gastado—, pero al que se tuvo que hacer “ajustes”, explican, por diversos acontecimientos como la depreciación del peso frente al dólar, que subió el precio de insumos de la construcción, lo que inevitablemente despierta suspicacia.

Esto podría ser buen ejemplo del uso frívolo —por no estar apegado a criterios de estricta necesidad— que en ocasiones se le da a los recursos públicos, práctica que debe terminar para lograr un uso mucho más eficiente de los presupuestos, como parte de la tan anunciada reconfiguración de la burocracia federal y la cuarta transformación nacional.

En este caso específico, que será recordado como una inversión perdida, para evitar una mudanza a todas luces inútil que conllevaría tiempo y recursos, sería bueno que los equipos de transición dialogaran y evaluaran otras posibilidades.

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