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Es normal que en un maratón los mejores tiempos estén entre las 2 horas 10 y 2 horas 20. Es regular que ese tiempo o primer puesto, lo tenga un keniano. Es común que un maratonista se entrene por muchos meses antes de la competencia. Lo que no es normal, regular ni común, es que en esta carrera haya un corredor que dejó su cosecha, sus chivas, cerdos, seis hijos y esposa para participar sólo con su tagora (taparrabo), huaraches y una sonrisa.

En la edición 34 del Maratón de la CDMX hubo 69 mil 998 tenis de las mejores marcas: Adidas, Nike, Reebok, Puma, Newton, New Balance, Salomon, y sólo dos huaraches que para competir viajaron más de mil kilómetros, desde Ciénega de Nogorachi, en la Sierra Tarahumara.

Estos últimos pertenecen a Santiago Ramírez, un rarámuri cuyos entrenamientos son diferentes a los de la mayoría de los runners. Corre 15 km diarios, pero a la tienda más cercana de su casa, corre porque así lo hacían su abuelo y su padre, así como ahora también lo hacen sus hijos, cuatro de ellos corrieron 100 y 63 km hace cinco semanas en el ultramaratón de Guachochi.

Salió en el grupo verde a las 7:30 am. Apresuró su paso “para alcanzar a los kenianos”. A los 26 km llevaba una hora y 58 minutos, pero al primer lugar, keniano, le faltaban 21 minutos para terminarlo. Santiago, no acostumbrado a correr entre tanta gente y en suelo liso, apretó el paso y zigzagueó en Paseo de la Reforma, Polanco, Insurgentes hasta el Estadio Universitario, donde terminó en 3 horas y 30 minutos, una hora y 11 minutos después del ganador. Lo más cerca que estaría de él sería minutos después de cruzar la meta cuando lo invitaron al área VIP.

Desesperado porque no llegaba su hijo Mario, quien se encontraba a varios kilómetros de la meta, con los tobillos y rodilla adoloridos, Santiago decidió comer: “¿No tendrán menudo?”, preguntó. Como no había, comió un plátano, un plato con melón, papaya, piña y café americano y después una cerveza.

Después de cinco horas, Mario cruzó la meta y fue enseguida al servicio médico quienes le vendaron cada rodilla, pusieron hielo en tobillos y dieron un antiinflamatorio, “el suelo estaba muy duro” decía mientras batallaba para ponerse los tenis de vuelta.

A comparación de los 69,998 tenis que descansaron después de recorrer 42 km, los huaraches traídos desde la Sierra Tarahurama, quisieron seguir caminado por la ciudad que su dueño ha pisado tres veces, solamente que ahora traían un peso extra, la medalla en forma de “I” que Santiago nunca se quitó del cuello para festejar su logro.

Santiago seguirá corriendo. Su hijo dijo que se entrenarán en la sierra para poder participar en mejor forma en las carreras que los han invitado después de que EL UNIVERSAL —en un trabajo multimedia— dio a conocer la historia del rarámuri que corrió 105 kilómetros y que se ha comentado por varios días en redes sociales.

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