Se trata de una de las rivalidades más enconadas en el futbol mexicano, pero -salvo los grupos de animación- todo se queda en la cancha.

A poco más de una hora para el inicio del partido de vuelta de los cuartos de final entre el Monterrey y los Tigres, las inmediaciones del estadio BBVA Bancomer están colmadas de aficionados. Obviamente, la mayoría porta camisetas de los Rayados, pero hay algunos que muestran la del actual campeón de la hoy llamada Liga MX.

Pese a que la directiva albiazul empleó un mecanismo en el que se daba preferencia a los abonados para tener acceso a las entradas, algunos felinos se han colado al moderno hogar de sus más acérrimos rivales. Algunos compraron entradas a familiares que poseen los abonos y algunos, incluso, desembolsaron poco más de cuatro mil pesos en la entrada anual del máximo adversario con tal de tener asegurado su lugar para cuando los visitaran los Tigres.

"Siempre creímos que jugarían la final, porque los dos tenemos muy buenos equipos, pero se dio en cuartos y los aprovechamos", comenta Gabriel González, quien vende el resto de los boletos para los juegos de los Rayados "a varios amigos del trabajo o familiares... A mí no me interesan".

Es la pasión del clásico regiomontano, en el que aficionados de los Tigres pueden ser amarillos lunares en un estadio que anhela ver al líder en semifinales y confirmar la valiosa ventaja obtenida en el estadio Universitario el miércoles (3-1). Aquí caben todos, incluso una quinceañera de nombre Alondra, quien pidió que su fiesta empezara después del juego, porque no quiere perderse el juego de sus Rayados.

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