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“Este libro es una prueba de que no me considero gente seria”, responde la periodista Alma Guillermoprieto cuando se le pregunta qué dio origen a su más reciente libro, Los placeres y los días (Almadía, 2015). Se trata, explica la mujer cuyo nombre es ya sinónimo de periodismo narrativo, de un libro que celebra la parte del mundo que hace que los seres humanos queramos vivir. Con una brillante trayectoria que ha pasado por diarios y revistas incluso internacionales, Guillermoprieto aborda en esta compilación de ocho trabajos igual número de placeres cotidianos: de las clases de tango en Buenos Aires a conciertos de Celia Cruz, de las virtudes de una torta de tamal hasta una sesión de lucha libre entre cholitas bolivianas. Sobre Los placeres y los días conversó con EL UNIVERSAL.

—Es un libro atípico, hedonista, que se regodea en el baile y en la música.

—Un día vi un pie de grabado con una foto mía que decía: “¿Qué ha hecho reír a la muy seria periodista Alma Guillermoprieto?” Y yo dije ¿cómo? ¡Yo no me considero seria! Me pareció entonces que sería bueno poner una prueba, y aquí está la prueba. Este libro es la prueba de que yo no soy seria, de que no me considero gente seria (ríe).

Por otro lado siempre he dicho también, y nunca nadie me ha creído, que no me interesa la política, que lo que me interesa es el espectáculo del mundo. Y si te fijas, estos textos también son los que escribe una persona que ha tenido el enorme placer de sentarse en primera fila a ver cómo el mundo se regocija, y regocijarse con eso, cómo el mundo sobrevive riendo, y reír y sobrevivir gracias a eso.

—¿Cómo fueron preparados los textos de Los placeres y los días?

—Con la misma seriedad, con el mismo trabajo y con el mismo empeño que le dedico a cualquier otra nota. Son textos igualmente rigurosos, pero le debo en gran medida a National Geographic la posibilidad de escribir sobre la parte del mundo que permite que los seres humanos queramos vivir. Una vez puesto en ese camino, toca cumplir con el cometido. Cuando me mandaron a hacer un reportaje sobre el tango en Buenos Aires, me levantaba a las 12 del día con una cruda espantosa, bajaba directo al restaurante del hotel por un almuerzo delicioso, iba a mi clase de tango, regresaba, hacía una siesta, salía a cenar con cronistas de tango y después, a la una de la mañana, me iba a la milonga a ver tango. Llegaba al hotel a las cuatro de la mañana y, conforme vaciaba una botella de agua mineral me empezaba a sentir culpable. Después pensaba “¡Claro que no. Me están pagando por hacer esto!”. Más bien, lo que ha escaseado son los medios dispuestos a pagar por que yo escriba notas sobre el placer del mundo.

—Llama la atención que se retrate como alumna inexperta en las clases de tango si tomamos en cuenta su solidísima formación como bailarina…

—El tango realmente es una forma clásica. Es decir, es una forma de danza que se puede transmitir con la enseñanza de pasos establecidos y que tiene una disciplina necesaria larga para dominarlo. A mí no me servía de nada saber técnica Cunningham o técnica Graham, porque lo que no conocía era técnica de tango.

—¿Cómo le han servido las habilidades como bailarina y como escucha de música para escribir periodismo?

En cuanto a la música, trato de cuidar el ritmo, de ser musical. No sé si lo logre, pero intento. Esa es la influencia de la música. En cuanto a la danza, lo que me ha aportado es la disciplina de trabajo y el saber que una cosa buena sólo se logra con esfuerzo, así sea algo tan placentero como la danza.

—En uno de los textos dice que agradece a Toulouse-Lautrec “su obsesión maravillosa y exacta por el gesto humano”. De algún modo nos está dando también su poética como cronista…

—De Toulouse-Lautrec admiro esa virtud casi zen de lograr en un solo trazo todo un movimiento, todo un gesto y toda una historia que viene detrás, es notable. Y claro que en esa capacidad gestual me identifico con él, toda proporción guardada. Es lo que me llama y me habla de él, su gran capacidad gestual. ¿Si no fuera bailarina notaría yo eso? Lo dudo mucho.

—¿Cuáles son las mayores dificultades que enfrenta al escribir?

—El ritmo… y la estructura. Como yo hago reportajes largos, reportero durante semanas enteras, tomar toda esa información y reducirla a 4 mil, 8 mil palabras que tengan una especie de tonada de principio a fin, es mucho trabajo, cómo no.

—¿Escucha música al trabajar?

Nunca me ha parecido que se puedan hacer las dos cosas. Tampoco he entendido nunca que García Márquez y Carlos Fuentes se sentaran a hablar de la música que escuchaban cuando escribían. Ahora en México hace ruido a todas horas, a veces empiezo a escribir a las 10 de la noche y termino como hasta la una. Si logro escribir tres horas, me fue muy bien.

—Hemingway decía que había que saberse retirar del periodismo a tiempo. ¿Comparte usted esta idea?

Creo que si se aspira a ser novelista sí. A mí nunca se me ocurrió ser novelista y nunca se me ha ocurrido retirarme del periodismo. A lo mejor ya no estoy a tiempo para retirarme del periodismo. Es muy difícil no ser reportera. El mundo es demasiado interesante como para no reportear.

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