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Margo Glantz es una escritora que siempre se ha soltado el pelo. Ha establecido vasos comunicantes entre la literatura, la investigación y la academia, pero además es una autora de escritura fronteriza, que no se apega a géneros literarios, estructuras, manifestaciones artísticas o formatos. Desde esa vocación múltiple tiende puentes con los autores jóvenes, donde celebra especialmente a las escritoras.

La autora, que es integrante de la Academia Mexicana de la Lengua y que el año pasado fue reconocida por sus 55 años como profesora en la UNAM, conversó con EL UNIVERSAL sobre la reedición de su libro La cabellera andante, que define como un “un relicario”; habla de su diálogo con los nuevos autores, además hace un balance de la que llamó la “literatura de la onda” hace 50 años y de su gusto por la literatura que arriesga y apuesta.

La autora, que este 2016 cumplirá 86 años, está contenta por la pujanza de la joven literatura mexicana que es escrita por mujeres.

“Pienso que hay muchas muchachas muy interesantes, que espero que sigan trabajando bien, como Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel, Gabriela Jauregui, Laia Jufresa, Verónica Gerber, Brenda Lozano; hay también hombres, pero me gusta mucho que sean mujeres, me estoy fijando especialmente en las chicas porque están haciendo una labor muy interesante y creo que hay que enfocarlas”, afirma Glantz.

La autora de Las genealogías, El rastro y La casa del placer destaca la propuesta literaria de estas escritoras y dice que le interesa seguirlas porque ha tenido una buena relación con ellas. “Creo que tengo mejores lectores entre los jóvenes que entre los de mi generación; me encanta hablar con ellas, me encanta ver lo que escriben, me encanta ver que están rompiendo con terrenos establecidos”.

¿Son autoras que se arriesgan en la estructura, en el lenguaje?, se le pregunta a la escritora cuya obra abarca varios registros que van de los géneros fronterizos, al ensayo, la autobiografía, la crónica, la erudicón, el viaje, el erotismo, la mística y la frivolidad. Asegura que lo que más le seduce son las muchas formas de ver qué poseen.

“Me gusta el desparpajo con que ven las cosas, la manera de abordar la sexualidad, la manera de destruir el texto construyendo otra cosa, la relación entre artes plásticas y literatura, como en el caso de Verónica Gerber, por ejemplo; cierta mirada muy diversa, como la de Laia Jufresa, que siempre, desde que fue mi alumna, me pareció una gente muy interesante. Todo eso es muy importante”, indica la creadora.

La académica de la lengua desde 1996 asegura que le parece muy interesante que haya una literatura femenina que tenga tanto impacto. “Ojalá que no las corrompan porque las están exaltando demasiado y en México a los 20 años los exaltan como si fueran ya de 50 y a los 50 ya no tienen ni 20”.

Aunque más emocionada por la literatura hecha por mujeres, no le resta méritos a la ejercida por varones como Emiliano Monge, Daniel Saldaña París, Carlos Velázquez. “Hay muchos jóvenes, algunos los he leído porque participo en concursos, otros ya no me da tiempo“, señala la artífice de una literatura transfronteriza.

De aquí y de allá. Margo, la amiga de Sergio Pitol, la mujer que en 2010 recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, asegura que siempre seguirá en la escritura transfronteriza porque es la que puede practicar y la que le ha interesado. “Me interesa todo aquello que es muy normal pero que no ha sido visto; es descubrir en la normalidad lo que parece extraño porque no lo vemos, no lo observamos y creo que cada vez estamos más constreñidos, cada vez somos menos libres y eso pasa muchísimo también con la escritura, la escritura está domeñana”.

Para ejemplo, su nuevo libro publicado por Alfaguara es un material sin género, construido y apoyado en varios géneros sobre algo tan excéntrico y familiar como el cabello, pero que le dio pie a investigar, experimentar y explorar la relación de ese elemento con la literatura, el cine, la música y otras manifestaciones artísticas, le ayudó a dar cuenta de la vanidad, la violencia, el erotismo, la liberación y la represión de las mujeres.

“Las niñas musulmanas a los ocho o 10 años ya tienen que usar velo porque a algunas las casan cuando apenas comienzan la menstruación y aun antes ya son cuerpos sexuales que deben ser domeñados, eso es muy importante, siempre tratan de reprimir a la mujer. No sé qué tenemos que nos quieren reprimir siempre, no tenemos derecho al aborto, en muchísimos países todavía están peleando el derecho al aborto, México por ejemplo”, señala.

Más distante de la academia y más cerca de Twitter y Facebook, Margo Glantz sigue en su apuesta por la literatura fragmentaria, de riesgo. Trabaja en una larga novela y en libros para armar sobre sus textos en las redes sociales. Le interesan los escritores que escriben textos cortos o fragmentados, que hacen una literatura no convencional. Cita a Lydia Davis, Pascal Quignard, César Aira, Mario Bellatin y Sergio Pitol; es una crítica literaria también rara y desde esa óptica reflexiona sobre la “literatura de la onda” que así calificó a la de hace 50 años, con protagonistas como José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña.

“Me parecieron muy importantes los de la onda, rompieron con una forma de escribir y de mirar el mundo, rompieron con una tradición épica de la literatura mexicana que todavía estaba presente con Carlos Fuentes... pusieron en escena un tipo de personaje poco favorecido: el adolescente con su jerga y su lenguaje, fueron muy precursores, pero creo que se estereotiparon. Hace un años se cumplieron 50 años de Gazapo, de Gustavo Sainz, y 50 de Farabeuf, de Salvador Elizondo... Elizondo queda como una gran figura, no sé si Agustín y Sainz quedarán”, dice.

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