Cuando era niño, Héctor De Mauleón vivía cerca de la Alameda de la Ciudad de México y le tocó ver todos esos extraños tesoros que salían del subsuelo cuando comenzaron las excavaciones para hacer la primera línea del metro: una barra de oro, armaduras y cascos de los conquistadores españoles…

“Iba emergiendo lo que era la ciudad, las excavaciones pasaban por el corazón de lo que fue México Tenochitlan (… ) Para un niño eso hace que la ciudad se vuelva perturbadora, la idea de que hay algo enterrado desde hace cinco siglos que nadie ha visto genera vértigo”, dijo el propio De Mauleón esta noche en la Feria del Libro de Guadalajara al presentar su libro La ciudad que nos inventa, Crónicas de seis siglos.

Ese primer desasosiego causado por la historia es lo que, según Denise Maerker, lleva a De Mauleón a caminar las calles de la Ciudad preguntando por el origen de todo, a tal grado que –dijo la periodista– con este libro se instala como digno heredero de cronistas de la Ciudad de México como Luis González Obregón o Artemio Del Valle Arizpe.

Y citando precisamente a éste último, De Mauleón consideró que la verdadera maldición del DF es que se insiste en acabar con lo que no existe en ningún lado para poner algo que puedes encontrar en cualquier sitio.

Un ejemplo, dijo, son los nombres de las calles, pues nomenclaturas tan evocadoras como Calle de La Amargura o Calle del Niño Perdido, fueron sustituidas por nombres de héroes liberales, de la Independencia o la Revolución.

Y en esta historia de desaparecer las cosas bajo el pretexto de las refundaciones o la mirada hacia el futuro, Benito Juárez y Porfirio Díaz tienen un papel preponderante, aseguró el periodista y escritor.

Pero también hay un héroe, el Conde de Revillagigedo (Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas), virrey de la Nueva España que heredó el nombre de Ciudad de Los Palacios al Distrito Federal por las cosas que hizo en su favor, como inventar el carretón de la basura, por ejemplo.

Para Denise Maerker esta obra de Héctor De Mauleón –quien, asegura, conoce el DF esquina por esquina y casa por casa– muestra su capacidad como cronista y rescata la Ciudad al contarla.

Con cada una de estas crónicas, señaló Maerker, uno sabe más de la Ciudad de México y de sí mismo, pues en ellas le devuelve su color a las calles y dejan de ser una serie de casas para convertirse en algo más.

El vértigo del pasado que asaltó a De Mauleón en su infancia se vuelca así hacia cada lector al conocer historias como la de la calle República de Guatemala, la más antigua de la Ciudad y cuyos ladrillos eran parte de las pirámides de Tenochtitlan.

“Con este libro uno se da cuenta de que muchos olvidamos el origen de las cosas”, reflexionó Maerker y celebró que al regresarnos a la historia, De Mauleón nos libera y nos permite cambiar nuestra relación con los lugares.

En su opinión, La ciudad que nos inventa, Crónicas de seis siglos es una lectura que genera tres sentimientos fundamentales: vértigo por el pasado, nostalgia por lo que se ha perdido y respeto por quienes erigieron la Ciudad.

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