Cada vez que discutimos sobre la posibilidad de vida inteligente más allá de nuestra órbita, terminamos por estrellarnos con el muro que supone la paradoja de Fermi. Atribuida al reconocido físico italiano Enrico Fermi, que trabajó para el proyecto Manhattan (el objetivo era fabricar la primera bomba atómica), plantea que si la vida inteligente es común en nuestra galaxia, ¿por qué no la hemos encontrado aún?

La pregunta está motivada por más de 50 años de búsquedas infructuosas, cuyo objetivo principal ha sido la detección de señales de radio (en algunas casos señales de láser) cuyo patrón de transmisión no pueda ser explicado de manera natural. La posibilidad de un origen artificial y premeditado de dicho mensaje interestelar sería nuestro primer indicio seguro de que la vida no solo ha surgido en la vecindad de otras estrellas, sino que además ha evolucionado hacia formas inteligentes capaces de construir radiotelescopios.

Una solución esta paradoja, entre los entusiastas de iniciativa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence), es la constatación de que nuestras búsquedas no han sido ni lo suficientemente extendidas en el cielo ni lo suficientemente sensitivas para detectar señales muy débiles emitidas por tímidas o lejanas civilizaciones extraterrestres.

Lo que hay que hacer -argumentan en SETI- es usar telescopios más grandes, analizar otras frecuencias y barrer todo el cielo en nuestra búsqueda por ese ‘mensaje en la botella’. Eso es lo que anunció recientemente en Londres el multimillonario ruso Yuri Milner, apoyado por el físico más famoso de la actualidad, Stephen Hawking: donará 100 millones de dólares para la búsqueda más extendida y sensitiva.

El objetivo es el mismo: escudriñar el cielo para encontrar señales de radio similares a las que nuestra propia civilización es capaz de producir. Pero, ¿podrían esos 100 millones de dólares terminar en el basurero galáctico?

Los científicos esperan que no. Pero cuando se trata de indagar en lo desconocido, es bueno tener siempre todas las cartas sobre la mesa. Existen resoluciones a la paradoja de Fermi que hacen de una iniciativa de este tipo un gasto innecesario de dinero. El llamado argumento de Hart postula que la colonización de una galaxia por una civilización inteligente debería suceder en escalas de tiempo cortas en relación con la edad de dicha galaxia.

Concretamente, Hart estima que una vez alcance un nivel técnico, una civilización debe estar en capacidad de colonizar una galaxia como la Vía Láctea en unos 100 millones de años, lo cual es apenas un 1 por ciento de la edad de las estrellas más viejas en nuestra galaxia. Estas cuentas hacen la paradoja aún más cruda y evidente, pues no solo deberíamos haber ya detectado la presencia de otras civilizaciones, sino que, de existir, ya deberían haber colonizado nuestro Sistema Solar.

La conclusión es, a primera vista, desoladora: probablemente somos la primera civilización técnica que ha surgido en la galaxia. El dinero de Milner, el visionario ruso, se va a la basura.

Pero el universo es más grande que nuestra Vía Láctea, y si bien el argumento de Hart, de ser correcto, cierra la puerta a la posibilidad de otras civilizaciones en la galaxia, también abre el panorama hacia la búsqueda de civilizaciones en otras galaxias.

Si es verdad que dichas civilizaciones se expandirían rápidamente en su propia galaxia, entonces sin duda requieren una inmensa fuente de energía para lograrlo, pues el crecimiento exponencial de la población y los costos de la colonización solo serían sostenibles si se tiene a disposición una fuente inagotable de recursos energéticos.

En estadios técnicos lo suficientemente avanzados, estas civilizaciones obtendrán su energía de las reacciones termonucleares en el interior de las estrellas, o incluso tal vez de los fenómenos de acreción en inmediaciones de un agujero negro supermasivo (para comparación, nuestra civilización obtiene su energía principalmente de combustibles fósiles en la corteza terrestre).

Pero extraer energía de estas fuentes no es gratis, pues las leyes de la termodinámica impiden que se obtenga dicha energía sin producir calor. Es lo que sucede en un refrigerador, que calienta el aire a su alrededor para extraer energía térmica de los alimentos en su interior. Y a escalas galácticas, este calor producido puede ser detectado por nuestros telescopios infrarrojos.

Lejos de ser una utopía de ficción, la posibilidad de detectar civilizaciones galácticas por medio del calor de sus máquinas es asunto de ciencia actual. En una serie de artículos del 2014, un grupo de astrónomos de la universidad estatal de Pennsylvania (Estados Unidos) reportó el inicio de una campaña para detectar la emisión infrarroja producida como efecto colateral de ingeniería avanzada en una muestra de galaxias usando los telescopios infrarrojos WISE y Spitzer.

Los primeros resultados no parecen muy prometedores, al menos en términos de civilizaciones que utilicen el 85% de la energía disponible en su galaxia, pero tal vez estemos sobreestimando la capacidad de dichas comunidades para obtener energía.

En cualquier caso, la esperanza es que esto ilustre la reducida dimensión del espacio en el que hemos estado buscando y la necesidad de invertir el dinero en maneras menos convencionalesde descubrir civilizaciones extraterrestres, si esperamos hacerlo antes de que nuestro propio exceso de calor termine por hacernos una civilización inviable.

kal

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