Alfonso Cuarón afirma que la labor del artista es mirar donde otros no ven. Su película Roma hace visible un sector que en la vida cotidiana en México es invisible: las trabajadoras del hogar. En México, 2.3 millones de personas, el equivalente a la población total de Tabasco, se dedican al trabajo del hogar; de ellas, 90% es mujer (Inegi 2016) y prácticamente laboran sin reconocimiento de sus derechos.

Jorge Zepeda Patterson, en Los amos de México documentó cómo las 20 familias más acaudaladas influyen en la economía y la política de nuestro país. Tienen a sus voceros en las cámaras empresariales, en el poder legislativo, en los medios de comunicación.

Con muy honrosas excepciones, hay mexicanos de las cúpulas del dinero y de la política que sólo se han movido en la cultura del privilegio: el país es nuestro y no se lo vamos a prestar a nadie más.

Tras la victoria avasalladora de AMLO en las urnas el 1 de julio, a partir del 1 de diciembre de 2018 vivimos una sacudida en la cumbre. Han cambiado los códigos de socialización y hay una mutación en curso en la composición de la clase política.

En la toma de posesión de Carlos Salazar Lomelín como presidente del Consejo Coordinador Empresarial el 27 de febrero, el mensaje de AMLO fue de diálogo, de pluralidad, de equilibrios, de conciliar en la diversidad. Se habló de consenso en conseguir tres objetivos: que haya inversión para crecer al 4% por año; terminar con la pobreza extrema en este sexenio y acabar con la corrupción.

El líder empresarial acierta cuando dice: queremos reglas claras, no privilegios. Sin embargo, una cosa es llegar al gobierno y otra cosa es tener el poder.

Día tras día, el nuevo gobierno descubre que donde se asoma brota una corrupción grave, profunda y arraigada, resultado del secuestro del Estado mexicano por parte de los poderes fácticos, tanto los formales como los del crimen organizado.

Tengo para mí que hay muchísimos mexicanos que quieren apoyar para que las cosas salgan bien en este gobierno. Sin embargo, si logran acercarse para proponer ideas, con frecuencia llegan a una rápida conclusión respecto a los funcionarios recién llegados: ‘no se dejan ayudar’.

A la hora de etiquetar a movimientos sociales y organismos de sociedad civil como intermediarios por recibir fondos públicos, ¿por qué generalizar? ¿acaso la monja que atiende a transmigrantes centroamericanos en un albergue, puede meterse en el mismo saco que los líderes de Antorcha Campesina o de la UNTA, que se dedican a chantajear a autoridades mediante la invasión de terrenos y el tráfico con la miseria?

Un ejemplo más: un órgano autónomo del Estado, la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) de manera natural está llamada a investigar concentraciones y prácticas monopólicas en la economía. Uno piensa que desde el gobierno verían en ello una oportunidad de terminar con privilegios extralegales, impedir abusos y fomentar una democratización del acceso a la información para los ciudadanos. Me hace evocar la máxima reyesheroliana: lo que resiste, apoya.

El enorme apoyo a AMLO proviene de una expectativa de cambio de raíz: finalmente alguien se dirige a mí, me incluye. Justamente por ello, sigue en el aire la pregunta: en la necesaria transformación de México, ¿se puede construir un país incluyente siendo excluyente con quienes quieren participar de buena fe? ¿sólo quienes forman parte del gobierno y de su partido son actores legítimos?

¿Qué prevalecerá en México: los intereses creados o los graduales avances de las nuevas formas de hacer política desde la sociedad, sin privilegios? Los artistas nos ayudan a ver lo extraordinario en nuestra vida cotidiana. Nos toca mirar a quienes no hemos visto durante décadas.

Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico

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