Si no se vuelve a atravesar algún imprevisto –o un arrebato de Donald Trump, ya sea cerrando algún cruce fronterizo o intempestivamente iniciando la denuncia del TLCAN– a mediados de mes podríamos finalmente ver el banderazo de salida del proceso formal de debate y, esperemos, eventual ratificación del TMEC en Estados Unidos. A más tardar el 20 de abril, la Comisión de Comercio Internacional (ITC, por sus siglas en inglés) tiene que entregar al Congreso estadounidense, con base en la ley que autoriza al Ejecutivo negociar un acuerdo comercial internacional, un informe evaluando el impacto y las implicaciones económicas que el TMEC tendrá para su país. Originalmente, con base en el cronograma previsto por dicha ley, la ITC tendría que haberlo publicado en la segunda semana de marzo, pero cortesía del cierre gubernamental propiciado por Trump, el plazo se pospuso más de un mes. Una vez enviado el informe al Congreso, la Casa Blanca podría ya someter el TMEC al Capitolio a partir de mayo.

Pero nada está encarrilado o mucho menos asegurado, y hay muchos nudos gordianos que cortar para que el TMEC entre en vigor. De entrada, antes de la remisión del acuerdo comercial al Capitolio, Washington tendría que levantar los aranceles al acero y aluminio impuestos a México y Canadá, y que tanto ambas naciones como un número significativo de legisladores estadounidenses de ambos partidos han establecido como un sine qua non para iniciar su proceso de deliberación legislativa en torno al TMEC. El problema aquí es que Trump se rehúsa –no obstante las dizque garantías transmitidas por Jared Kushner en su reciente viaje a México de que ello así sería- a eliminar estos aranceles como medida previa a la ratificación. Y México aún tiene pendiente hacer realidad los cambios a leyes secundarias que homologarían su régimen laboral con lo negociado en el nuevo tratado, y que es el Rubicón que el sector sindical estadounidense y sus aliados Demócratas en el Congreso han reiterado México debe cruzar como precondición para proceder a votar el TMEC. En este sentido, en un desarrollo nada halagüeño, este lunes varios legisladores Demócratas cercanos a la central sindical AFL-CIO, comenzaron a circular una carta entre sus colegas recabando firmas, argumentando que la propuesta de legislación mexicana en la materia es insuficiente para acatar lo estipulado en el Anexo 23 del acuerdo sobre medidas de cumplimiento laborales.

Pero estos no son los únicos obstáculos a una ratificación; hay dos escollos potenciales para que eso ocurra antes de las elecciones parlamentarias en Canadá en octubre y el arranque de las primarias presidenciales estadounidenses. Primero, no hay que olvidar que el calendario es tiránico, aún en una democracia como la estadounidense. La ventana de ratificación ya era estrecha sin que mediara un cierre gubernamental de 35 días. En un año previo a una elección presidencial, ya era de por sí compleja la hoja de ruta (tanto la Cámara como el Senado tienen hasta 60 días legislativos, una vez recibido el texto del acuerdo, para debatir y votar el TMEC), dado el poco apetito de muchos legisladores –y de los liderazgos de ambos partidos– de verse en la posición de tener que emitir un voto en un tema tan divisivo justo antes de sus campañas de reelección. Con el calendario compactándose de manera acelerada, si no ocurre un voto antes del fin del verano es muy probable que el Congreso juegue al bote pateado, difiriendo la votación hasta después de la elección de 2020. Ya vimos lo que sucedió en 2015 cuando cara a un año de elección presidencial, la Administración Obama no logró que el Acuerdo Trans-Pacífico (TPP) fuese votado. Segundo, entre más nos acerquemos al arranque de la primarias, los Demócratas – más aún a raíz del informe del fiscal especial Robert Mueller sobre la campaña de Trump- tendrán pocos incentivos para regalarle una victoria político-legislativa al Presidente. Eso no quiere decir que los Demócratas buscarán derrotar el TMEC –a pesar de las voces que ya se han alzado desde los sindicatos y el ala anti-TLCAN tradicional del partido en contra del capítulo laboral del acuerdo renegociado. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, tiene claro que el partido no puede ser responsable de la derrota del TMEC, pero también sabe que posee herramientas legislativas para poner el acuerdo en un cajón (como ya lo hizo en 2008 con el TLC con Colombia) y diferir la votación. Para complicar el cuadro, Trump sigue empecinado en enviar el TMEC al Capitolio con la denuncia del TLCAN engrapada, como medida de presión para obligar al Congreso a aprobarlo o quedarse sin nada. Y por si todo esto fuera poco, si todo sale como esperamos y hay debate y voto este año, se nos viene encima un verdadero bazar en el Capitolio -como el que nos tocó vivir al entonces equipo de la embajada mexicana en 1993 durante la ratificación del TLCAN- y en el cual los 34 capítulos, 13 anexos y 13 cartas paralelas serán motivo de regateo de legisladores con México y con la propia Administración a cambio del apoyo al TMEC. Temas tan diversos como el azúcar, las extradiciones de mexicanos o la colocación de estatuas (la de Martin Luther King, para ser precisos, en el parque Lincoln en Polanco) se convirtieron en saldos del toma y daca de 1993 en torno al TLCAN, y botón de muestra de lo que se avecina para un gobierno mexicano que tendrá que coordinar posiciones de manera ágil e integral al interior de las distintas dependencias federales y con los sectores empresarial y de la sociedad civil. Y ya no digamos el reto adicional que existe de potenciales ajustes de cuentas o reclamos por temas tan diversos como la molestia bipartidista por la posición mexicana frente a Venezuela, o la percepción Demócrata de que México se ha decantado demasiado a favor de Trump en materia migratoria y en su trato hacia él.

No cabe duda que es una buena señal que la Administración Trump finalmente se esté movilizando en estos días para cabildear a favor de la aprobación del TMEC. Y a pesar de la mayoría Demócrata en la Cámara, sigue habiendo un camino –eso sí, distinto al que habían apostado y proyectado la Casa Blanca y el Representante Comercial Robert Lighthizer– para armar el rompecabezas de los 218 votos bipartidistas necesarios para aprobar el TMEC en ese recinto. Si bien el bloque legislativo cercano a los sindicatos no parece haberse movido aún –a pesar de la apuesta negociadora de línea dura de Lighthizer en la materia– hacia posiciones más proclives a un voto afirmativo, hay congresistas Demócratas de nuevo cuño, sobre todo de la costa oeste del país, que han llegado a Washington con posiciones menos doctrinarias en materia comercial que Demócratas tradicionales de distritos industriales. Pero a pesar de todo esto, también es innegable que el camino hacia la ratificación del TMEC no viene nada fácil y será, por decir lo menos, agreste.

Consultor internacional

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