Cuando se trata de enfermos religiosos, los médicos deben lidiar con problemas diferentes, con embrollos ajenos al currículo. Si los pacientes son fanáticos religiosos o son asesorados por grupos con características similares, la tozudez se pronuncia y la imposibilidad de diálogo aflora y mata. Testimonios vivos son, entre otros ejemplos, los médicos asesinados en Estados Unidos por practicar abortos.

Además de matar, los diferendos se convierten en amenazas. Se sabe cuando empiezan las agresiones verbales, se ignora cuándo y cómo finalizan. Sobran ejemplos. Comparto dos. A los médicos que atendieron durante más de una año en Inglaterra a Alfie Evans, quien tras ser “desconectado” falleció en mayo de 2018, se les llamó asesinos. La historia de Luis Montes es dramática y nauseabunda. Montes (1949-2018), médico español, presidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente, fue acusado y cesado de sus labores en 2005 debido a denuncias anónimas, las cuales afirmaban que Montes suministró sedaciones en dosis elevadas en pacientes terminales. Las amenazas contra él y uno de sus colegas prosiguieron hasta 2011.

Cuando la enfermedad es grave y las esperanzas son magras quien sabe y debe orientar es el médico. Orientar significa explicar, plantear los escenarios posibles y analizar junto con la familia y el enfermo, en caso de que este pueda opinar, el pronóstico y la pertinencia o no de realizar nuevos exámenes y otro tipo de tratamientos. Incrementar los esfuerzos terapéuticos apuesta por la supervivencia del enfermo. No hacerlo significa terminar sufrimientos innecesarios y acompañar al enfermo y a los familiares en el último tramo, es decir, morir “a tiempo”, con dignidad. A tiempo implica no efectuar estudios ni maniobras fútiles.

En la era de la medicina tecnológica la futilidad debería ser, junto con la biotecnología y la medicina molecular, materia obligada. Por sencilla, me gusta la siguiente definición: fútil, “que no da efecto ni resultado alguno”; de ahí sus sinónimos, inane, infructuoso, vano e inútil. La mayoría de las ocasiones los médicos saben cuando es adecuado realizar maniobras y cuando es imperativo solicitar la opinión de colegas para coadyuvar con el tratamiento. “Dejar de hacer” y adelantar el final significa madurez médica y lealtad hacia el enfermo y no con instancias externas —hospitales— o intereses obscuros, esto es, económicos o compromisos con colegas. Realizar maniobras cuyos resultados no sean benéficos ni aporten resultados es inadecuado: debería imperar la ética médica.

Cuando el fanatismo y sus acólitos se entrometen y opinan acerca de decisiones profesionales, quienes pierden son el paciente y sus seres cercanos. Guiar decisiones médicas basadas en creencias fanáticas daña, prolonga sufrimientos innecesarios y erosiona la imagen del doctor. Organizaciones fundamentalistas, católicas, judías u otras, dicen conocer el alma y los caminos al infierno o al cielo; del sufrimiento físico y psíquico debido a enfermedades no saben lo que los médicos saben. Sufrir no garantiza un sitio en el cielo. Sufrir por interferencias no médicas es amoral e inútil: ninguna deidad tendría por qué regocijarse por el dolor de sus fieles.

No deberían existir conflictos entre religión y medicina. Lamentablemente los hay. Cuando se trata de enfermos terminales, o cuando la medicina no pueda mejorar el estado del paciente, los dictums religiosos no tienen razón de ser. Debe prevalecer el saber profesional y no creencias divinas ni dictados fanáticos. Hacen mal los jerarcas religiosos: promover tratamientos fútiles es erróneo. Hacerlo es contrario a la esencia de las religiones; mejor utilizar en enfermos pobres los recursos destinados a prolongar sufrimientos innecesarios.

¿Qué debe hacer un médico cuando considera que es inadecuado, e incluso contra su praxis/ética prolongar tratamientos innecesarios? No hay dos respuestas: el galeno debe actuar de acuerdo a sus saberes médicos y éticos, seguir sus preceptos y no amilanarse frente a las amenazas de grupos fundamentalistas. Hoy, cuando la objeción de conciencia gana terreno —recomiendo leer el ensayo, La medicina en la era de la objeción de conciencia, de Patricio Santillan, Nexos, febrero 2018—, la postura del médico debe ser la que dicten su conciencia y sabiduría.

Los médicos afines a ideas fanáticas tienen la obligación de encargarse de pacientes híper religiosos, sin esperanzas, donde la aplicación de tratamientos fútiles prolonga sufrimientos y gastos innecesarios. No lo sé, no he estado ahí, pero infiero que en el cielo no se recibe con más alegría ni se le destina mejor lugar a quien fallece tras sufrir más que otros.

Médico

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