Todos sabemos de la muerte, todos tenemos conocidos que han fallecido, todos hemos llorado a seres queridos. La muerte es el único destino seguro e inevitable. Dos sucesos, nacer y morir, definen a la condición humana. Aunque es diferente llegar al mundo y morir cobijado por riqueza o pobreza, nacer y morir son las dos grandes certezas de los seres humanos. De ahí las incontables páginas escritas sobre la muerte, esa realidad de la cual nunca se sabrá lo que desearíamos saber. Ese “nunca se sabrá” ha sido uno de los motores de la filosofía —“filosofar es aprender a morir”, decía Michel de Montaigne—, y esa inescapable realidad se ha convertido en tema de numerosos comentarios en la Medicina contemporánea, ¿debe o no debe ayudarse a morir?

La forma de morir atañe por igual a médicos y filósofos. Unos frente al lecho del moribundo, otros formulando ideas para buscar cómo comprender el fenómeno. Ambos, galenos y pensadores, cuentan con herramientas para facilitar el trance, cobijar y acompañar, unos con ideas, otros con acciones. Filosofía y Medicina se imbrican. La muerte es, pienso, el culmen de esos diálogos. Lo pensaron Sócrates y Séneca: el filósofo es quien fenece decorosamente. Los médicos preocupados por ayudar a morir con dignidad transitan en sendas similares.

Decorosamente escribieron hace miles de años Sócrates y Séneca; dignamente solicitan algunos enfermos y procuran unos cuántos médicos en la actualidad. Decoro y dignidad comparten páginas. El decoro de antaño sigue vigente, mientras que, debido al peso de la tecnología y la mayor longevidad, la dignidad, esqueleto de todo librepensador, adquiere preponderancia.

Heidegger profundiza: aceptar la muerte, la de los seres queridos y la propia, siempre ha sido, y será, fundamento y motor de la existencia. Del filósofo alemán salto a las palabras de un enfermo. Lo escucho, escribo, “He tenido suerte, he vivido suficiente, la mayor parte del tiempo rodeado de familiares y amistades. He logrado cumplir mis objetivos y gozado infinidad de momentos, unos trascendentes, otros intrascendentes, todos necesarios. Ahora, enfermo, dueño de mí, como siempre he tendido la suerte de serlo, debo decir adiós, un largo adiós… quedan los recuerdos, los días, las voces y la cruda certeza de la muerte, cuyo insondable misterio, al lado de mis seres amados, me hizo saber que la vida es más viva y bella cuando la idea del final se convierte en uno de los ejes de la existencia. La muerte de ‘mis otros’, esposa, amigos, padres, dolió e iluminó. Vivir es un privilegio. Morir es una necesidad. Existir cobijado por la pulsión de buscar es un regalo. Poner punto final, cuando no hay más, es un privilegio”.

Las herencias filosóficas y vivenciales, ante la imposibilidad de dialogar cara a cara con la muerte, invitan. No se puede hablar desde la muerte. Se puede aceptarla y se debe aprender a ser mortal. Es crudo, pero así es: ser mortal es necesario. Escribí los párrafos previos mientras leía un inmenso diálogo entre dos gigantes del pensamiento, un diálogo cuyo tiempo viejo es tiempo nuevo.

En una ocasión, Adam Smith, preocupado por la salud de su amigo, David Hume, impresionado por su alegría y vitalidad, le comentó que era imposible no albergar esperanzas de que se recobrase y recuperase su salud. Tras la afirmación de Smith, Hume respondió, “Sus esperanzas son infundadas. Una diarrea cotidiana por más de un año sería una enfermedad muy mala a cualquier edad, pero a mi edad es mortal. Cuando me acuesto en la noche, me siento más débil que cuando me levanto en la mañana… siento, además, que algunas de mis partes vitales ya están afectadas, por lo que pronto moriré”. Añade, “He hecho todo lo importante que alguna vez quise hacer en la vida…, tengo, por lo tanto, razones de sobra para morir contento”. Hume concluye, “Estoy muriendo tan rápido como desearían mis enemigos , si es que los tengo, y con tanta serenidad y alegría como podrían desearme mis amigos” —Carta a Strahan, de Adam Smith—.

Aprender a ser mortal es el reto. Reto complejo, necesario. El legado de la filosofía, de los testimonios de incontables enfermos y médicos y familiares es imprescindible. Escuchar y ser escuchado, mirar y ser visto, tocar y ser tocado, permite aprender a ser mortal.

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