Una de las notas distintivas del año que dejamos atrás —el más violento de los tiempos modernos—, fue la revelación de los horrores de esta generación de gobernadores. La generación del cambio resultó la generación podrida. Pero en este desenfreno no han estado solos los gobernadores, en cualquier rincón del país, funcionarios de todo orden y jerarquía se han dedicado a saquear las arcas públicas distrayendo hacia sus bolsillos o para la promoción de su imagen, recursos que serían indispensables para atender la salud de mujeres, ancianos y niños; la pobreza extrema que sufren millones de mexicanos; la educación de calidad indispensable para el ascenso social y tantas otras urgencias.

Modestos funcionarios públicos (jefes de adquisiciones, directores de obra o de inspección y reglamentos…) se enriquecen de la noche a la mañana. Pero, nada de esto se compara con lo que ocurre en las altas esferas donde los empresarios consentidos —OHL, Odebrecht, Higa, entre otros— han hecho negocios fantásticos desde el poder y los siguen haciendo, porque en este país se pueden traspasar todos los límites legales y éticos, sin consecuencias.

Las revelaciones sobre el modus operandi de Odebrecht que hoy tienen en la cárcel o en la mira de la justicia a políticos prominentes de distintos países, aquí se mantienen congeladas, apostando al olvido.

Se necesita una enorme impudicia para que en un tiempo en el que existen tantos medios que monitorean e investigan el comportamiento de la clase política, y tantos ciudadanos y organizaciones que observan, registran y difunden los abusos del poder, sigan en esa carrera desenfrenada.

El servicio público debía ser una vocación, pero está infestado de arribistas que quieren robar todo lo que puedan y tan pronto como les sea posible. Como ricos nuevos, muchos integrantes de la clase política exhiben su plétora. Pero además de corruptos son ineptos, baste observar la torpeza con la que asignan recursos escasos: el país sigue en el estancamiento, la pobreza se extiende, la delincuencia se desborda.

En 2012 llegó al poder un grupo —la cofradía mexiquense— tan patético como los “gerentes” de Fox, pero más abusivo porque intentó copar todos los espacios y, sobre todo, aquellos desde los que se facilita lucrar o esconder las trapacerías. Se propusieron también comprar elogios o, al menos, acallar la crítica social.

La soberbia les impidió escuchar voces que habrían permitido corregir el rumbo, ni siquiera aceptaron discutir un modelo alternativo que favoreciera el crecimiento económico sostenible y redujera la pobreza y la desigualdad.

En estos cinco años se ha probado que los modestos avances de la alternancia son reversibles. El grupo de Peña ha avanzado mucho en su objetivo de capturar o desnaturalizar las instituciones democráticas (INE, TEPJF, Inai).

Pero aún hay esperanzas. El encarcelamiento de Javier Duarte, Roberto Borge, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández, Jesús Reyna y otros, nos dice que algo empieza a cambiar, aunque en algunos casos se trate de investigaciones que vienen de fuera o de carpetas de investigación endebles. Por otra parte, hay muchos funcionarios honestos (incluso dentro de la propia cofradía) que están dispuestos a combatir corrupción e impunidad y segmentos sociales que no se rinden.

Empezó la cuenta regresiva para un gobierno que inició con golpes espectaculares y se desinfló tempranamente; que impuso prioridades que no comparte la mayoría de la sociedad; hoy, aquella portada de la revista Time (Saving Mexico), resulta ridícula.

Los cínicos suelen llamar a este, el último año de una administración, el año de Hidalgo (chingue a su madre el que deje algo) al que le sigue el año de Carranza (por si el de Hidalgo no alcanza). Es también el año del miedo por lo que puede venir para quienes abusaron del poder, si el PRI no logra retener la Presidencia.

Necesitamos construir otro país y hacerlo, no desde el rencor o el resentimiento, sino por amor a nuestra familia, a nuestros amigos, nuestra ciudad y nuestro país. Los depredadores parecen muchos pero son pocos, somos infinitamente más los que amamos esta tierra. Pero para transformar a México tenemos que dejar la indiferencia y el conformismo, dejar de culpar a los otros y hacer lo que nos toca. Por fortuna, el enojo social hoy tiene vertientes cívicas que gritan: “no nos vamos a callar” y que saben que la política es demasiado importante para dejarla sólo en manos de políticos.

Presidente de Grupo Consultor  Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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