Señaló Marcelo Ebrard en un tuit el pasado sábado 18 de mayo que “Estados Unidos sigue su descenso demográfico, se abre oportunidad para acuerdo sobre migraciones”. Si bien decisiones de este tipo están más relacionadas con la voluntad política y con una amplia gama de coyunturas económicas, políticas, electorales y geoestratégicas, lo cierto es que sí existen razones de corte sociodemográfico con las que apuntalar el beneficio que supone para Estados Unidos la migración desde México.

La tasa global de fecundidad estadounidense ha permanecido debajo de la tasa de reemplazo (2.1) desde 1971, y alcanzó en 2018 su mínimo histórico: 1.7 hijos por mujer. Esta tendencia —junto a ciertos factores— generan reducción de la población e intensificación del proceso de envejecimiento.

¿Qué fenómeno tiene la capacidad de compensar los efectos de estos dos procesos? La migración.

Si bien hay variaciones en función de si se trata de migración altamente calificada (fuga de cerebros), escasamente o no calificada; así como si se considera el ámbito macro (país), meso (comunidades) o micro (individuos y familias), pueden establecerse grosso modo algunas de las ganancias y pérdidas que conlleva la migración tanto en el país expulsor, como en el receptor.

Con la migración, Estados Unidos se adueña del “bono demográfico” mexicano. Su población rejuvenece debido a que generalmente los migrantes pertenecen a grupos etarios jóvenes y en edad reproductiva.

Crece el número de contribuyentes y se incrementa la proporción de personas en edad productiva en relación a las personas en la etapa de la jubilación. Aumenta el número de consumidores con el consecuente impacto en la dinamización de la economía y estimulación del mercado interno.

Se incrementa el número de potenciales cuidadores formales e informales para atender a las personas mayores que lo requieran, y cuyo número va en aumento, puesto que el envejecimiento poblacional en el mundo es progresivo y, difícilmente reversible.

Con la migración, México mantiene o aumenta la recepción de remesas con el consiguiente impacto en la economía macro y meso. A nivel micro, mejora considerablemente el ingreso del migrante. Se alivia temporalmente la tasa de desempleo y se generan mayores oportunidades para los trabajadores que no migran, debido a la menor competencia.

Entre los aspectos negativos del proceso migratorio para el país receptor, se menciona el mayor número de usuarios de los servicios públicos ofrecidos por el Estado (salud, educación, subsidio por desempleo …) que pueden generar desbalances y dificultades en la calidad y oportunidad de las prestaciones y servicios. El tipo de Estado de Bienestar norteamericano está muy alejado de los modelos universales de los países de la Europa occidental y septentrional que incluyen a los migrantes, incluso a los recién llegados, en la provisión de servicios públicos. El norteamericano es un Estado de tipo liberal y mínimo, por lo que esta desventaja se manifiesta de una manera muy relativa.

Por su parte México pierde con la migración su “bono demográfico”. Se incrementa el número de hogares con jefatura unipersonal femenina, dado que los hombres migran en mayor proporción que las mujeres, aunque se observa un incremento de la migración femenina. Se acentúa el envejecimiento de las familias y/o aumenta la coexistencia o corresidencia de abuelos y nietos, dado que es la generación de los padres la que migra. Por otra parte, es también frecuente que los jóvenes migren y formen sus familias en el país receptor, dejando atrás a sus padres, que contarán con un menor número de cuidadores potenciales en su vejez.

La migración se ha convertido en un importante determinante demográfico del crecimiento de la población y del envejecimiento de la misma, a veces hasta en mayor medida que la fertilidad y la mortalidad.

Ciertamente, y pese a los beneficios que se derivan para los dos países, las ventajas a mediano y largo plazo favorecen especialmente al país receptor, en este caso, a Estados Unidos.


CIALC-UNAM.
@EnvejeceGlobal

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