El célebre artista Salvador Dalí ya se había dado cuenta, desde el siglo pasado, de la creciente fascinación que sienten en las industrias creativas por lo que por siglos fue calificado de feo: “Hoy el gusto por el defecto es tal que sólo parecen geniales las imperfecciones y, sobre todo, la fealdad”. Ejemplificaba: “Cuando una Venus se parece a un sapo, los seudoestetas contemporáneos exclaman: ¡Es fuerte, es humano!”.

Lo cierto es que “los pseudoestetas” están tomando ventaja en la batalla. Hoy el defecto, en efecto, luce cada vez más encantador. Tras cientos de años de historia persiguiendo lo sublime y lo perfecto —basta recordar la milenaria obsesión por la proporción áurea—, las nuevas corrientes visuales apuntan hacia abrazar lo raro, lo singular, lo que no encaja. Un buen síntoma de estos tiempos tan marcados por nuestra necesidad —y al mismo tiempo de nuestra gran dificultad— de abrazar la otredad y la diversidad.

El llamado feísmo, como se conoce a la corriente artística que valora lo considerado horrible, e incluso repugnante —pudiéndose tratar esto de objetos, de lugares, de animales, personas o situaciones— nos ha acompañado siempre como un contrapeso de lo que en el mainstream es considerado bello, y que por lo regular es tan etéreo como inalcanzable e inimitable.

Esto permite la sátira, la crítica y el desahogo. En un artículo publicado por el diario El País llamado “¿Gana lo feo?”, que desentraña este mismo tema, se rescata una sentencia dicha por el artista danés Asger Jorn: “Una época sin fealdad sería una época sin progreso”. Y es que no contar con una contraestética hablaría de una sociedad conforme con lo impuesto, sometida a una infelicidad crónica por tratar de encajar en moldes imposibles.

No hay que decir que lo anterior no suceda, pero lo cierto es que “comprar esa idea” se trata de una elección. Existe una alternativa para descansar de lo apretada que puede ser la majestuosidad: el feísimo es, a fin de cuentas, un espacio de libertad donde es posible expresar lo más “desagradable” y “repulsivo” para analizarlo y apreciarlo, porque lo terrible es también parte del mundo, de la naturaleza en general y, aunque le resultara chocante a Dalí, de lo humano en particular.

La belleza de la fealdad
La belleza de la fealdad

Alta relojería

Cvstos Challenge III, Chrono Black Steel Yellow

Mide 53.70 mm x 41 mm (o 59 mm x 45 mm en su versión GT) y es dueño de un amarillo estridente que provoca un efecto de shock. Con calibre CVSTOS 577 de movimiento automático, es ejemplo de la estética deportiva y neoretro contemporánea.

Hublot Spirit of Big Bang, Yellow Sapphire

Imposible pasar desapercibido con este reloj. Una máquina osada ensamblada a mano

y limitada a 100 piezas, hecha de cristal de zafiro amarillo pulido. Hay que imaginarlo a contraste con un traje de líneas clásicas para permitirle romper esquemas.

La belleza de la fealdad
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RJ Arraw, The Joker

La colección Arraw de RJ se alía con personajes pop. Ya hemos visto sus diseños relacionados con superhéroes y ahora es turno de los feos villanos. Este modelo está adornado con motivos inspirados en la locura de The Joker, archienemigo de Batman.

RJ Arraw, The Joker

Para muchos un atentado contra la alta relojería, para otros una increíble interven-ción de arte contemporáneo. El artista Alec Monopoly es un provocador y se ha vuelto a salir con la suya. El colorido kitsch es contenido por un bisel negro y el brazalete de acero.

La belleza de la fealdad
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Moda

En esta disciplina hay grandes exponentes del feísmo. Inolvidable es el vestido con forma de cisne con el que la cantante Björk asistió a la ceremonia del Óscar en el año 2000 y que fue diseñado por Marjan Pejoski.

Otro gran exponente de esta corriente es el italiano Alessandro Michele, director creativo de Gucci, quien ha sido aclamado y criticado por crear prendas verdaderamente horribles para la casa italiana que son, sin embargo, fascinantes por su actitud irónica y lúdica que termina convirtiéndolas en joyas de la moda actual.

En el mismo tenor está el estadounidense Virgil Abloh —quien ha llevado el streetwear a la exageración con su marca Off-White y ahora está a cargo de la colección masculina de Louis Vuitton— y Demna Gvasalia, georgiano que dirige la firma Vetements al tiempo que Balenciaga, misma que ha puesto en boca de todos y que levanta la polémica de si ha destruido o no el legado del modisto español.

Otro maestro de esta corriente es el genial John Galliano… Mucho de lo anterior podrá verse en el Met de Nueva York en la exhibición CAMP: Notes on Fashion, que celebra “lo feo y lo exagerado” en la moda partiendo de un ensayo de Susan Sontag —”Notes on ‘Camp’”, 1964— en el cual la filósofa reflexiona sobre los diseñadores que utilizan sus habilidades artesanales como un vehículo para acercarse a la fealdad de un modo persuasivo y humorístico. Jeremy Scott para Moschino, Primavera-Verano 2018.

La belleza de la fealdad
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Caballeros poco convencionales

Todos coincidimos en la perfección de los rostros de celebridades como Brad Pitt o George Clooney. Pero nadie podrá negar jamás el poderoso magnetismo de los gentleman que se alejan por completo de los cánones de belleza. Tres ejemplos claros: el cantante Serge Gainsbourg y los actores Benicio del Toro

y Vincent Cassel.

La belleza de la fealdad
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Cine

Escenas difíciles de ver sin desagrado, pero que constituyen tramas que por su reflexión son obras de arte, caracterizan el trabajo de cineastas como Gaspar Noé (basta ver su trabajo más actual, Clímax), Lars von Trier The House That Jack Built (es tan violenta que termina siendo poética), Carlos Reygadas (lejos del Óscar que beneficia al preciosismo, aunque combina la belleza clásica de paisajes y animales con sentimientos humanos oscurísimos en cintas como Nuestro Tiempo); y Yorgos Lanthimos, quien presenta una estética hermosa y retorcida por una fealdad intangible (su película más reciente es The Favourite, pero The Killing of a Sacred Deer es el mejor ejemplo de su amor por lo feo y lo distópico).

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