Me gustan tanto las mujeres que lloro sólo de pensar en ellas. Lloro porque no las puedo tener. Me refiero a las mujeres, no a muñecas inflables.

A diferencia del pasado, el siglo veintiuno me es ajeno. No me compete gran cosa, excepto porque conservo el pésimo gusto de continuar llenando de aire mis pulmones