Poco a poco el temor ante la epidemia de coronavirus se fortalece en las calles de la Ciudad. Pero más que miedo al virus es temor a la orden de parar; hay un pensamiento constante: “Si no trabajo, mi familia no come”… se siente la zozobra.

En el tradicional mercado de Jamaica, el principal centro de venta de flores y plantas de la Ciudad, el rumor de un eventual cierre a partir del viernes es más temido que el virus mismo. Si hay fiestas, hay flores; si hay muertos, hay flores, así que Jamaica nunca pierde. Salvo que cierre… por eso el pánico.

“Aquí vivimos al día: si se cierra, no trabajamos ¿y de qué comemos?”, se lamentó Alejandro Díaz. Sus clientes son organizadores de eventos sociales y fiestas. Al suspenderse éstas, Díaz tuvo ayer una caída de 70% de sus ventas. En 63 años ese mercado sólo ha cerrado una vez, tras los sismos de 1985.

En los pasillos de este tradicional sitio se redujo la gente, pero no faltó. Como Rosario Wong, quien dijo: “Con el salario mínimo estamos al día, muchos no podemos darnos el lujo de comprar despensa para 40 días”.

El miedo de los vendedores de flores se extendía por las calles y se contagiaba como el virus por la boca. Para María Guerrero, trabajadora doméstica de 38 años, la cuarentena por el coronavirus representa todo menos relajarse y descansar.

Su familia vive al día: sin ahorros, depende del dinero que ella y su esposo generen diariamente en sus empleos en el mercado informal.

“Va a ser muy difícil para mí, que gano por día. Yo no trabajo en una empresa, por eso si las personas que me contratan me dicen: ‘Ahora no vienes porque hay cuarentena’, yo no tengo seguro ni quincena. Yo dependo de mi trabajo diario”.

También el empleo de su esposo se ve afectado, puesto que como chofer de Uber, depende de que en la calle haya gente que quiera sus servicios para pagar su cuenta semanal y obtener alguna ganancia que llevar a la casa. “La gente se queda en casa y nosotros que vamos al día, nos afecta exageradamente. A los que tenemos menos nos afecta más”, dice.

En la colonia Del Valle, el dueño de una cafetería conversaba con sus clientes, ante la advertencia de una de ellas de que ese sería el último día que acudiría a tomarse un café hasta que pasara la contingencia. “Voy a abrir hasta que el gobierno diga que no. No nos queda de otra”, ataja.

En la Alameda Central, comerciantes coincidieron en que se redujo el flujo. Melina vende dulces a los paseantes de la zona desde su silla de ruedas. Ayer no sólo vendió 30% menos, sino que tuvo que acercarse a los paseantes para ofrecerles su producto.

“Todos tenemos temor de contagiarnos y por ese motivo dejan de salir las personas, pero debemos salir adelante”, dijo.

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