Xtampú, Yucatán

Meyah Ta Ab significa “trabajadores de la sal”, nombre que ajusta perfecto con la actividad que realizan Raúl May y más de 30 hombres que antes se dedicaban a la pesca o albañilería, pero hace un año decidieron rescatar 123 charcas de agua rosada en la comunidad de Xtampú, en Yucatán, para extraer sal y venderla. Su sueño es generar empleos y recuperar una tradición ancestral.

Oro rosa. Dejan pescadores las redes para sacar sal
Oro rosa. Dejan pescadores las redes para sacar sal

Los kilos de sal se venden a los turistas que llegan y preguntan por qué el agua es rosa. La respuesta es fácil: en esas charcas hay artemias, que es una especie de planta que consumen los flamencos.

Cuando los hombres sacan la sal deben esperar a que seque; se lava con agua dulce, se cristaliza y después podrán meterla en sacos de 10 kilos.

Oro rosa. Dejan pescadores las redes para sacar sal
Oro rosa. Dejan pescadores las redes para sacar sal

La piel de Raúl y sus compañeros está curtida por el sol, aunque trabajan de dos de la madrugada a nueve de la mañana para evitar que el agua rosa les queme pies y manos, aprovechan los atardeceres para sacar lo más que puedan de las charcas, que estuvieron abandonadas por más de dos décadas.

Son casi las ocho de la noche y los rayos del sol ya no son tan intensos como en el día, pero el calor es abrumador: la temperatura rebasa los 35 grados. En una charca que está a un costado de donde Raúl separa la sal están seis compañeros que se ayudan de cajas de plástico para separar las piedras de sal del agua, que se siente tibia, pero que pica por el sodio que contiene.

El 19 de abril se cumplió un año de que Raúl decidió dejar sus redes de pesca. Con la ayuda de su esposa, Catalina Akec Uc, y otras 30 familias obtuvo de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) una concesión que le permitirá explotar por 50 años las charcas de sal que están en la zona entre Dzemul y Telchac Puerto.

Los meses en los que más sal se extrae son mayo y junio. Todo el procedimiento dura ocho meses, la cadena comercial compra el producto que vende bajo la marca “Meyah Ta Ab”. Es de lo único de lo que se quejan los trabajadores de la sal, puesto que reciben un pago hasta ocho meses después de que iniciaron con la extracción, y por ello demandan que se les integre en algún programa de empleo temporal.

Raúl tiene cuatro hijos que no van a la cooperativa porque estudian; él quiere ofrecerles un mejor futuro y que no se lastimen las manos o los pies con la salinidad del agua, pero le gustaría que retomaran las tradiciones.

Con orgullo dice que la sal es la única roca que los seres humanos comen todos los días, que sus antepasados dedicaron su vida a la extracción de sal y que fue de esa manera como Yucatán se desarrolló.

Caty, como le dice a su esposa, comparte el gusto por las costumbres. Su abuelo se dedicó a lo mismo y ella asegura que los guisos tienen un sabor especial si se cocinan con esta sal.

En sus ratos libres teje canastas de mimbre y las vende desde 10 hasta 50 pesos, con lo que también ayuda a la situación económica de todos los que conforman la cooperativa.

En una palapa que construyeron a la orilla de la cooperativa la mujer se dedica a cocinar para los más de 30 hombres que laboran ahí. En las noches se queda con su esposo Raúl para cuidar que nadie maltrate las charcas o las contaminen.

En el terreno hay una charca en donde se permite que turistas entren a exfoliarse. Es la única, porque no quieren que las demás pierdan su esencia y capacidad de producir sal, que va de entre 20 a 50 toneladas.

El ex pescador dice que no cobran porque la gente se meta a bañar, pero no quieren que el lugar se haga más turístico porque hay empresas que venden paquetes y prometen tours por Meyah Ta Ab por mil 500 pesos, de los cuales los trabajadores no ven uno solo.

“No queremos que vendan una idea que no es. Estamos aquí por trabajo, para rescatar esta zona y que no se pierdan las charcas. Queremos recuperar otras 100”, dice emocionado el hombre de piel morena, quien no obstante reconoce que necesitan apoyo, pero no buscan cobrar por entrar a la zona y tampoco quieren ayuda de partidos políticos, y menos en tiempos electorales.

“En estas temporadas de elecciones [los candidatos] vienen a buscarnos para hacerse publicidad... No son bienvenidos, nosotros sólo queremos trabajar como lo hacían nuestros viejos”, dice don Raúl, quien camina hacia la palapa en busca de su esposa.

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