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“¡No dejaremos que entre maquinaria pesada porque dijeron que hay una persona todavía entre los escombros!”, grita Gabriela, vecina de Acoxpa, quien junto con cerca de 50 personas se hace presente en las inmediaciones del Colegio Enrique Rébsamen, donde se informa, hay una persona con vida entre los escombros ocasionados por el sismo de 7.1 grados del pasado martes.

Es la 1:00 de la mañana del viernes y a pesar de que llueve y hace frío, en la esquina de Calzada de las Brujas y Prolongación División del Norte, decenas de personas, en su mayoría mujeres y jóvenes, se hacen presentes debido a un audio que circuló en redes sociales en el cual una voz de mujer alertaba que en las tareas de rescate se utilizaría herramienta pesada, a pesar “de que había personas entre los escombros”.

Gabriela se presenta ante un integrante de la Marina y le dice que no se irán hasta que comprueben que no hay maquinaria pesada.

El marino recibe la orden de acompañar a la joven a la zona donde cientos de integrantes de la Marina, de la Defensa Nacional (Sedena) y la Policía Federal (PF) trabajan desde hace tres días para rescatar a cualquier persona atrapada.

Cinco minutos después, Gabriela regresa y un círculo de personas se arremolina en torno a ella para conocer lo que ha visto.

“Vecinos, es cierto lo que dicen las autoridades, en la zona de rescate no hay maquinaria pesada. Me consta, lo juró, no hay nada de máquinas grandes. Les doy mi palabra”, dice y levanta su mano derecha y la pone a la altura del corazón. Prosigue: “No tengo por qué mentirles”.

Ante esto, entre los vecinos, un hombre que asegura ser ex alumno del colegio siniestrado ofrece una disculpa a los integrantes de las Fuerzas Armadas y reconoce su esfuerzo. Es parte de lo que se vive en la madruga en esta parte del sur de la Ciudad de México.

Mientras los vecinos se retiran después de comprobar la falsedad de la grabación viral, un matrimonio de la tercera edad, enfrente de donde se ubica el centro de acopio, trata de dormir con una cobija y sentado en unas sillas de plástico, debido a que cuidan que nadie se meta a su hogar, al cual no pueden entrar porque también sufrió daños severos a causa del movimiento telúrico.

Son las 3:40 de la mañana, la lluvia y el frío siguen y a un lado de la pareja de ancianos se ubica una cafetería que desde la tarde del martes abrió sus puertas para ofrecer techo, comida, electricidad, sanitarios, o para sentarse y descansar a las decenas de voluntarios, militares y periodistas.

En la cocina del establecimiento se encuentra Javier, un joven que lleva casi 30 horas sin dormir por estar haciendo comida y preparando café para todo aquel que lo requiera. Rompe las tortillas y prepara la salsa de los chilaquiles que servirán como desayuno para los voluntarios.

Porta un delantal negro y no muestra signos de cansancio, rechaza una entrevista, pues “tengo que estar concentrado en el aceite” en el que fríe varios kilos de tortillas.

A las 5:00 de la mañana, el dueño del local saca una mesa blanca en la entrada, en ella pone un cuadro con la imagen de la Virgen de Guadalupe y prende una veladora roja, a la que segundos después, un rescatista le reza: “Tenlos en tu santa gloria y cuídanos a todos”, en voz baja.

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