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Jorge Martínez perdió la seguridad social hace tres años, cuando cumplió la mayoría de edad, desde entonces se convirtió en cliente frecuente de los consultorios adyacentes a farmacias para poder atender su asma que padece desde niño.

Parado afuera de Metro Revolución no deja de gritar: “¡Lleve sus paletas, de a 10 pesitos!”.

Aprovecha el semáforo en rojo para tratar de convencer a los automovilistas para que consuman los helados que vende, “no importa que haga frío, una paleta siempre alegra el día”, dice.

A un costado de la estación del Metro, hay una farmacia con consultorio a la que el joven de 21 años acude cada dos semanas para comprar su medicina. Asegura que ahí gasta 50 pesos y en otros lugares más caros entre 100 y 200 pesos, “me gusta ahorrar y no he tenido problemas con el medicamento, por eso me hice fan de este doctor”.

Además del costo de su fármaco, afirma que los especialistas que lo han tratado se “esmeran en su chamba, son 10 o 15 minutos de consulta, pero valen la pena, me han revisado los pulmones, el oído y en tiempo de frío me recetan pastillas para que no me dé gripa”.

Aunque tiene tres años como consumidor de estos servicios, Jorge espera obtener su registro y el de su novia en el Seguro Popular porque en unos meses serán padres “de una bonita niña”.

“A lo mejor tienen el servicio para que mi chava dé a luz; sin embargo, me preocupa que tengan el equipo necesario, que los doctores me la atiendan bien”, indica.

“Estos espacios están bien para las consultas más simples y los medicamentos que son más baratos, o quizá para los ultrasonidos; pero para cirugías mayores ya no son una opción para el tratamiento”, relata el joven.

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