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Oswaldo es cajero en un minisúper, gana más de dos salarios mínimos, lo que equivale a 220 pesos por una jornada de ocho horas, y en un día ha tenido que pagar esa cifra por los robos hormiga que ocurren en el establecimiento en el que labora.

“Todos los días al menos hay un robo, lo que más se llevan es ropa y cosméticos, pero también champú, jabón de baño, toallas sanitarias, refrescos, chocolates, papel de baño y comida refrigerada”, comparte con EL UNIVERSAL.

Su labor inicia minutos antes de las siete de la mañana, prepara las cajas, cuenta el dinero que hay y sube las cortinas del local ubicado en la delegación Cuauhtémoc.

Con un año y tres meses de experiencia ha aprendido a distinguir a las personas que entran a la tienda y salen de ella con objetos que no pagaron.

“Las miradas dicen todo, a veces entran dos o tres clientes juntos, uno te pregunta por equis mercancía y los otros aprovechan para sacar productos”, resalta.

Los robos de los que se ha percatado han sido a manos de mujeres, recuerda con particularidad uno en el que cinco señoras escondieron ropa en su estómago y dentro de sus bufandas.

“Entraron al local, primero pagaron unas botellas de agua y luego empezaron a ver la ropa, todas traían bufandas, y chamarras, aunque en la calle hacía calor”.

Su modo de operar fue la distracción. “Una me pidió abrirle su botella de agua, cuando se la entregué la apretó y el líquido se cayó, ensució el suelo, desde ahí me di cuenta que había algo raro”.

Oswaldo entró al cuarto de servicio por un trapeador, al salir se dio cuenta que dos mujeres tenían abultado el estómago y otra estaba escondiendo calcetines entre su bufanda.

“Les hice la plática”. “Ya se iban, pero les hice la plática, pregunté de dónde venían, si estaban de paseo, y en ese momento toqué un timbre que es de largo alcance y con el que se pide auxilio de una patrulla”, recuerda.

El joven debía entretener a las señoras por lo menos cinco minutos, entonces les invitó unas papas y les ofreció resguardarse del sol.

“Han de haber pensado que estaba muy menso, porque incluso en la plática dos señoras siguieron escondiendo cosas en su ropa, cuando vi que el timbre parpadeó en señal de que había llegado la policía les dije que se podían ir”, señala.

Al cruzar la puerta, dos agentes de la Ciudad de México esperaban a las “farderas”, las regresaron a la tienda y les pidieron que sacaran el botín y pagarán el precio o se irían al Ministerio Público.

“Se pusieron muy agresivas, enfrente de los polis, me amenazaron, dijeron que sabían mis horarios, que no sabía con quién me metía, hasta que una gritó que me pagaban, pero que no se la llevaran porque era reincidente”, dice el joven.

El cajero recuerda bien los productos que se habían llevado: 12 pares de calcetines, dos barnices para uñas, cuatro cajas de maquillaje y siete camisetas de mujer, el monto que habrían tenido que pagar era superior a los 500 pesos.

“Ya no me la hacen, yo sé que la tienda no va a perder, si me roban yo lo pago, por eso estoy muy atento, cuando se me junta la gente pido ayuda a mis compañeros, a veces hay unos que no portan el uniforme y sólo están vigilando, tenemos que cuidarnos porque pagar algo que tú no usas no está padre”, dice.

En su año como empleado del minisúper no ha llegado hasta el MP a denunciar, cuando no se da cuenta de los robos ha preferido pagar que “ir a perder el tiempo todo el día, además, es algo que sé que no me reembolsarán en la tienda, pero si es muy frustrante estar al pendiente todo el tiempo y que aun así te bailen con un poco de tu sueldo”.

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