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¡Bomgoom! ¡Bomgoom! ¡Bomgoom! es la onomatopeya que utiliza Aquiles Orozco Sánchez, de 70 años, para describir el momento en que su casa comenzó a derrumbarse. No tiene otras palabras para explicar lo que escuchó.

La ropa que lleva puesta es la misma de la noche del 7 de septiembre, todas sus pertenecías quedaron entre los escombros. Su hijo Rusvel viste la misma playera y short desde hace tres días. Ninguna institución gubernamental les ha dado una bolsa de despensa, mucho menos ropa.

A su vivienda la han verificado y contabilizado más de tres veces distintas instancias gubernamentales; les dicen lo que saben, está inhabitable, pero no hay más, la única recomendación que les hacen es alejarse e ir a otro lugar.

“Pasó como tres veces el gobierno, le tomaron fotos, nos dijeron que está inservible, ya hasta nos hicieron famosos los de la tele, pero no hacen nada para tirarla de una vez y recoger los escombros.

“Las despensas sólo nos las llevaron dos vecinos, del gobierno no hemos recibido nada, sólo dos bolsitas de agua de parte del Ejército. La verdad no sabemos a dónde están llevando las cosas, dicen que donde esta la gente más afectada. Yo soy afectado, ellos lo saben y nada, sigo esperando, con la misma ropa, sin luz ni agua”, recrimina.

Aquiles no olvida la noche del sismo. Su poca movilidad impidió que actuara rápido, así que casi quedó atrapado. Su hijo lo consuela, le recuerda que no tuvo la suerte de su vecina, quien al sentir el temblor hizo lo que las antiguas zapotecas, hincarse en medio de su casa a pedir perdón por sus acciones. En ese momento la casa se le vino encima.

“Antes los viejos se hincaban en la calle o en los patios a pedir perdón cada vez que temblaba, se golpeaban el pecho, eso es lo que hizo mi vecina y se le vino la casa en su cabeza”, dice.

Padre e hijo instalaron un campamento en el patio con una lona de techo, porque las lluvias también llegaron detrás del temblor. Las más de 900 réplicas en tres días mantienen a Aquiles y Rusvel en alerta, sin ropa, sin agua y con poca comida, esperando que el gobierno llegue a demoler el resto de su patrimonio.

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