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El Centro Deportivo Benito Juárez, en la colonia Santa Cruz Atoyac, es el hogar temporal de más de 450 personas, de acuerdo con la última lista disponible. Roberto Ruiz, encargado de Comunicación Social del albergue, informó que el número seguirá creciendo y que entre quienes habitan el lugar, cuyos gimnasios están repletos de colchonetas y cobijas, se encuentran 40 o 50 niños.

Los más pequeños reciben pelotas, coches, muñecas y osos para entretenerse. Salen a la cancha de futbol con sus padres o con voluntarios a jugar y a olvidar el sismo por un rato. Los niños lo tienen presente. Iliana Yaravi Hernández cuenta cómo su hijo Bruno, de cinco años, se despierta de golpe en la noche para preguntar si está temblando. “Mi hijo se apanica demasiado, se pone a llorar y le da hasta vómito. Tiene una crisis como de asma, se ha hecho pipí en la noche y no duerme”, relata.

Por el temor, la ayuda sicológica después del terremoto es indispensable. La organización Doctor Payaso, que normalmente se dedica a realizar visitas hospitalarias en la Ciudad de México y Veracruz, acude al albergue de la delegación Benito Juárez con el propósito de aliviar el miedo y escuchar a la gente.

Con narices rojas y toda clase de adornos, los payasos, que no necesariamente tienen experiencia en el área de salud, pero sí en sicología e inteligencia emocional, inundan los espacios y corretean a los niños. También los abrazan.

Los niños no son los únicos que pasan por momentos difíciles. Gloria García, mejor conocida como la Doctora Glo-Ría, payaso que fue construyendo a lo largo de un curso intensivo, habla de un hombre de entre 30 y 35 años que la noche del miércoles se acercó a abrazarla.

La importancia de abrazar. Relata: “[A mis compañeros payasos y a mí] nos compartió que perdió a tres de sus familiares, que él ahora está solo y para nosotros fue un feedback de lo que significa un abrazo. Me llevo la fortaleza de este chico de pararse del lugar donde estaba, ir a buscarnos, abrazarnos y decirnos gracias”.

Jimena Saavedra viste una blusa tipo polo, una bata blanca y en el hombro carga el peluche de una avestruz. Por eso no sorprende que su alias sea Doctora Avestruz. Ella piensa que los servicios de asistencia deben llegar a las personas, puesto que, de otra manera, las víctimas del sismo no reaccionan y no buscan la ayuda que necesitan. Así, viene al refugio para “compartir alegría, felicidad, abrazos gratis y sobre todo dar acompañamiento humano”.

El gimnasio artístico del Centro Deportivo, habilitado para que la gente descanse, no es un escenario alentador. Ahí se resguardan personas como Dayana Durán, quien vino desde Venezuela hace apenas nueve meses. Tiene tres hijos y su casa en la Portales “tuvo algunas grietas”.

Sufrió por horas al no hallar a su hijo. Además, vivió momentos de angustia extrema cuando el martes 19 de septiembre no podía localizar a su hijo pequeño. Fue a su escuela y le dijeron que se lo habían llevado. Su teléfono no contaba con servicio y tuvieron que transcurrir dos horas para que su vecina le informara que el niño estaba con ella.

“Fueron dos horas que pasamos [mi esposo y yo] que no sabíamos dónde estaba él, fue terrible”. Dayana habló con familiares en Venezuela, país que dejó por la crisis política y la falta de libertades. Sin embargo, ahora concentra su atención en México: “Mi marido y yo nos quedamos impresionados. Todos los mexicanos están apoyando y han llevado muchos donativos. De verdad, aquí hay atención a los niños y con tantas actividades que hacen se les ha olvidado un poco la cuestión del temblor”, dice con la voz cortada.

Estas historias hacen que la Doctora Avestruz considere que “la reconstrucción emocional que viene será el problema más grande. Tenemos que empezar a atender, dándonos un poco de amor y de ahí México va a salir adelante”. Otra payaso, la Doctora Listones —Mariangela Velázquez Luna—, sabe que las personas afectadas por el sismo pueden tomar algunas medidas para su bienestar emocional.

Recomienda siempre tener a alguien con quien hablar, dar abrazos largos y sentidos, así como permitir acompañantes aun cuando no se quiera pronunciar palabra alguna. “Creo que a veces las palabras sobran, pero el regalo de estar con la persona y decir: ‘No estás solo, aquí estoy y te acompaño’, es algo que impacta mucho”.

Así se sienten los refugiados en el albergue de la delegación Benito Juárez. Están acompañados. Francisca Campa, profesora de tercer grado de primaria, agradece toda la ayuda. Ella, con los ojos húmedos, está sentada en una especie de alfombra. Su nieta, con playera rosa, juega cerca de ella. “No sabemos si nos vamos a quedar sin casa y sin nada, pero lo importante es que estamos bien”.

Iliana Yaravi, la madre de Bruno, también siente gratitud por todas las muestras de solidaridad, pero critica que se “limite la ayuda”. Cuenta que la noche del jueves organizó cinco cajas llenas de fórmula para bebé y que sólo se reparte en pequeñas medidas. Ella reconoce el valor de las labores de ayuda: “Mi hijo se siente seguro aquí”. A otras madres esa seguridad es lo único que les importa. Mientras, en la entrada del albergue, siguen llegando voluntarios para registrarse e ingresar en turnos cada dos horas. Afuera, jóvenes se pasan de mano en mano estuches con cobertores, bolsas de frijoles y ropa.

En el gimnasio un grupo espontáneo, que no está acostumbrado a tocar en conjunto, ameniza con música. Los payasos cumplieron la misión de alegrar el corazón de los refugiados.

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