¿Cuáles son las tendencias en política digital para este año?, ¿quiénes son los protagonistas políticos nacionales que estarán marcando la agenda en términos digitales?

Aun en medio de la vorágine y la euforia postelectoral que derivó en una muy mentada “transformación” en este naciente 2019 también hay elecciones. Las hojas del calendario del Instituto Nacional Electoral (INE), nos recuerdan que el 2 de junio habrá elecciones locales en Aguascalientes, Baja California, Durango, Quintana Roo y Tamaulipas. Y a esto habrá que sumarle el proceso electoral extraordinario en Puebla, cuya fecha deberá ser definida después de que el Congreso local se ponga de acuerdo, nombre un gobernador o gobernadora interina, y éste a su vez convoque a los comicios para designar a quien habrá de ocupar el cargo de la mal lograda gobernadora Martha Érika Alonso de Moreno Valle. Los números nos indican que hay 86 diputaciones en juego, provenientes de los congresos de Baja California, Quintana Roo y Tamaulipas; 55 presidencias municipales en Aguascalientes, Baja California y Durango. Las gubernaturas de Baja California y Puebla.

¿Cuál será la estrategia que usen los partidos políticos para tratar de influir (manipular) la emoción de los electores?, y quizá la duda más importante que surge, es qué hará el Morena-Gobierno, en su primera inclusión en las urnas para tratar de legitimar y de ir consolidando las bases que le hagan funcionar como una eficiente maquina político-electoral-gubernamental.

Lo hemos platicado en este mismo espacio en entregas anteriores. La mayoría de los integrantes del equipo del presidente Andrés Manuel López Obrador se han forjado en la lucha política de los sesenta y setenta. Para ellos no es extraña la guerra de guerrillas. Muchos en su activismo ideológico o partidista salieron a las calles, para ganar las plazas públicas e influir para bien o para mal en el ánimo de la sociedad que juraron transformar. El plantón en Reforma de 2006 para denunciar un presunto fraude electoral y construir una “presidencia legítima”, es quizá el último gran movimiento de la vida pública de nuestro país, que se gestó y se luchó en la calle, y que estuvo encabezado, precisamente por el hoy presidente.

Esa táctica que se conocía bien en las sierras de Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Puebla y en los barrios populares del entonces Distrito Federal, hoy goza de un nuevo componente, las redes sociales, con su candencia, gramática y cientos de miles de posibilidades de volver real un rasgo distintivo de la mentira, torciéndolo hasta el grado tal de permitir a quien implementa, con pocos o nulos escrúpulos, una estrategia digital para imponer sus creencias sin importar si benefician o perjudican a la mayoría.

La tendencia en la estrategia de redes sociales es construir narrativas que vuelven a la verdad menos importante que la credibilidad. Y la credibilidad no necesariamente está vinculada con la honestidad o la veracidad, y en algunas ocasiones, lamentablemente, hasta va en contra de esos principios éticos. Es decir, es más importante que un hecho pueda ser asimilado por los consumidores de contenidos digitales, como algo que puede ocurrir y por tanto ocurrió, que algo que en verdad pasó, que es verificable, comprobable, demostrable, repetible, que está sujeto a leyes de la física o del conocimiento científico. El principio cartesiano ha perdido su vigencia en esta época de la posverdad: hoy “creo, luego existo”.

La inmediatez con la que muchos quieren imponer sus verdades sobre la realidad también está obligando a que pululen las granjas de usuarios falsos, provocan satisfacción con creencias en medio de una acelerada demanda de información. Los fabricantes de fake news, ahora podrán recurrir a una nueva manera de darle una vuelta a la realidad, por medio de videos pueden hacer decir a quién quiera, casi lo que quieran. Y son los videos lo que más se está consumiendo en los medios sociales digitales. Y la tendencia más usada es la de crear perfiles falsos que se convierten en auténticos influencers, sobre los que se tiene absoluto control todo el tiempo. Miles, y en algunos casos, millones de personas siguen a líderes de opinión, de la moda, del deporte, de la vida social, que no existen, pero que cubren su carencia de decirles qué deben hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo.

¿Qué prefieren los políticos a nivel mundial?, ¿mantener un contacto virtual dentro de un contexto que ellos juran puede ser manipulable, brindarnos realidades alteradas donde solamente impera la estridencia de contenidos y la polarización de la sociedad?, o ¿bajar a tierra en un modelo populista prescindiendo ya de un círculo rojo tradicional que lucha por no perder sus privilegios y reencontrarse en los espacios digitales? ¿Activar a las masas y las líneas del partido desde lo digital o en la tierra? La celeridad con la que ocurren estos fenómenos de la vida virtual, lo único que garantizan es la creación de una burbuja, sí, cada vez más grande, con beneficios en lo inmediato, pero que a final de cuentas acabará por estallar, como las otras burbujas, para poner un ejemplo la inmobiliaria en la primera década del 2000, o la primera burbuja del .com. Si un gobierno o un partido político quiere apostarle por esa vía, seguro tendrá beneficios inmediatos, pero posiblemente le estallarán en la cara más pronto de lo que se imagina.

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