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¡Ay, carajo!, dice Carlos Payán Velver, rebelde a las emociones que le anudan la garganta, humedecen sus ojos ante los representantes de Estado, en tribuna del Senado de la República, en su recinto histórico de Xicoténcatl, lugar que se preserva, principalmente, para imponer la Medalla de Honor Belisario Domínguez, la cual descansa sobre su pecho.

“Quisiera que los muros que levanten en esta patria mía no sean para separar a los pueblos, sino... ¡ay, carajo!... murallas de valor y buen juicio que nos proteja del embate y del yugo de todo fascismo”.

A Payán le duelen los problemas de México. Está en el cierre del discurso que pronuncia ante el pleno del Senado. Es un hombre conmovido, “ateo irredento”, y formula recomendaciones al presidente Andrés Manuel López Obrador para “lidiar con el iracundo vecino del norte”. Suelta un tuteo implícito en la emoción del momento.

Es la primera vez que Andrés Manuel López Obrador asiste a esta ceremonia. El periodista Payán Velver, fundador del diario La Jornada, vino de Santander, España, a acompañar a su amigo a la elección presidencial, en la que arrasó, dice, y “no ha tenido esta gloria otra nación”.

Ahora es López Obrador el que acompaña al amigo. El codo izquierdo en el descansabrazo del asiento, la mano en el mentón, luego el dedo índice en los labios, la mirada del Presidente es la de un oyente atrapado en el relato del narrador.

Habla Payán Velver en la tribuna. En la primera fila, justo enfrente suyo, está sentado el empresario Carlos Slim Helú. Impacta la emoción doliente de Payán al dedicar el galardón a todos los periodistas muertos, que están sembrados a lo largo y ancho de toda la República. “A ellos, más que a nadie”.

También están presentes el presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, y el ministro Fernando Franco González Salas.

Confiesa que preparaba su discurso y dominó su atención el poema de Francisco de Quevedo: “Miré los muros de la patria mía”, y la voz se le cierra por un leve llanto interno.

El clásico de la literatura escribió: “Vencida de la edad sentí la espada,/y no hallé cosa en qué poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte”. Este pensamiento está en su emoción.

Dice que el Senado le otorga la Belisario Domínguez, “cuando llego ya al último trecho de mi vida, y poco a poco he empezado a decirle adiós a las personas, a los animales, las cosas, los libros y los lugares que tanto he amado en esta vida”.

Cuando los presentes aplauden con entusiasmo, Payán dice al religioso dominico Miguel Concha Malo: “Cura, amigo de toda la vida, y que juntos desmontamos cuando se quería asesinar al obispo de Chiapas [Samuel Ruiz García]”. Y explica a todos: “Él y yo fuimos autores de eso”. Y le da la mano con cariño.

La mayoría (Morena, PT y PES) ha tenido comportamiento ordenado. La oposición, incluso, se guardó su enojo por el discurso de la senadora chiapaneca Sasil de León Villard, por partidista, no institucional, como reprocharán después.

Ya no hay Estado Mayor Presidencial, pero quedan los honores de ordenanza al Presidente: la Banda de Guerra ejecuta la Marcha de Honor 696 y al final la Banda de Música interpreta el Himno Nacional.

Andrés Manuel López Obrador es el último en llegar al escenario, donde ya están su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, y sus hijos López Beltrán. Su entrada ha ocurrido sin la parafernalia del poder que él ha cancelado.

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