Desde el 20 de enero de este año, cuando volvió a tomar juramento en el Capitolio, su segunda presidencia se ha ido definiendo hacia afuera como una combinación explosiva de aislacionismo y “paz por la fuerza”. Ese día no habló de Ucrania ni de Europa, pero sí de una “edad dorada” para , de recuperar la soberanía y de poner “a Estados Unidos en primer lugar” en cada decisión, anunciando emergencias nacionales en energía y en la frontera y un giro decidido hacia los combustibles fósiles. En pocas frases marcó que el centro de gravedad de su política seguiría estando dentro del país, aunque las ondas de choque se sintieran en todo el mundo.

A las dos semanas, el aislacionismo dejó de ser una etiqueta. El 4 de febrero Trump firmó una orden que obliga a revisar en 180 días organismos multilaterales de los que EU forma parte y todos los tratados internacionales que ha suscrito, con la finalidad de decidir de cuáles retirarse si ya no sirven al interés nacional.

El analista Stewart Patrick describió ese gesto como “una segunda revolución estadounidense” y dijo que Trump estaba declarando la independencia de Estados Unidos “del mundo que él mismo ayudó a construir”. Otros estudiosos han resumido el nuevo ciclo como una reedición de la consigna “EU primero”, acompañada de tendencias ais- lacionistas, debilitamiento de los marcos multilaterales y alianzas sometidas a tensión permanente.

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Un empleado en Brooklyn. El Departamento de Comercio indicó que el déficit comercial de EU disminuyó casi 24% en agosto por los aranceles globales. Foto: Spencer Platt / AFP
Un empleado en Brooklyn. El Departamento de Comercio indicó que el déficit comercial de EU disminuyó casi 24% en agosto por los aranceles globales. Foto: Spencer Platt / AFP

Sobre ese andamiaje se superpone la doctrina que el entorno de Trump reivindica como “paz mediante la fuerza”. Antiguos asesores de seguridad, como Robert O’Brien, defendieron antes de las elecciones que un segundo mandato restablecería una postura de “paz por la fuerza” que, según ellos, ya había funcionado.

La Casa Blanca ha publicado textos oficiales en los que se afirma que Trump está “liderando con paz mediante la fuerza”. “Podía resumirse esa combinación de ‘golpe y diálogo’ como la marca de fábrica de esta segunda administración de Trump; con un presidente que presume de no necesitar al mundo pero que, al mismo tiempo, recurre sin pudor a la presión militar, económica y diplomática para doblegar a ese mismo mundo”, comenta a EL UNIVERSAL el politólogo Pablo Salas.

Europa podría ser el lugar donde esa mezcla de repliegue y amenaza se ha sentido con más crudeza. En marzo, mientras los líderes europeos intentaban acordar un nuevo plan de defensa común, Trump declaró que EU obedecería de forma “selectiva” el artículo de defensa colectiva del tratado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el Artículo 5.

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Institutos europeos de seguridad han advertido que la segunda administración Trump está “poniendo a prueba” los principios de defensa colectiva y reemplazando los compromisos previos por un enfoque abiertamente transaccional. El Servicio de Estudios de la Unión Europea (UE) ha escrito que las últimas acciones de “Trump 2.0” han incrementado el miedo a un “abandono” de Europa.

Trump dijo refiriéndose a los socios de la OTAN: “Si no pagan lo suficiente para su propia defensa, no los voy a defender; es sentido común”. En la cumbre de la OTAN en La Haya se jactó de haber exigido a aliados que elevaran el gasto militar a 4% del Producto Interno Bruto y añadió que “5% es aún mejor”, hasta que logró que aceptaran meta de 5% para 2035 a cambio de que Washington reafirmara su “compromiso férreo” con la defensa mutua.

“La consecuencia de esta actitud frente a la OTAN ha sido una aceleración histórica en la búsqueda de autonomía estratégica por parte de sus aliados”, dice Salas. Informes de centros europeos como el Robert Lansing Institute describen cómo se han multiplicado los debates sobre una “fuerza de disuasión europea” capaz de compensar una retirada estadounidense y sobre la posibilidad de que Francia, Alemania, Reino Unido e Italia articulen un bloque militar propio. A comienzos de marzo, un grupo de líderes reunidos en Londres, encabezados por el primer ministro británico Keir Starmer, habló abiertamente de construir una “coalición de defensa europea” paralela, mientras analistas del Consejo Atlántico definían el mensaje de Washington como una “llamada de atención” que obligaba al continente a “despertar y ponerse a trabajar” en su propia seguridad.

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En la Conferencia de Seguridad de Múnich del 14 al 16 de febrero, el presidente ucraniano Volodimir Zelensky fue más lejos y dijo: “Ha llegado la hora de formar unas fuerzas armadas europeas”.

Durante la campaña y después de ganar, Trump repitió decenas de veces que podría terminar la guerra “en 24 horas”. Meses después, cuando la paz seguía sin llegar, dijo que aquella frase había sido “un poco sarcástica”, aunque insistió en que lograría el fin del conflicto. “Precisamente esa brecha entre la promesa de una paz instantánea y la complejidad real del campo de batalla es lo que ha marcado buena parte de su relación con Kiev y con las capitales europeas”, señala el politólogo.

El Consejo Atlántico recogía que, en semanas, europeos de distintas capitales habían “despertado al hecho de que EU, que durante décadas fue el principal garante de la seguridad en el continente, ahora quiere que ellos asuman el liderazgo en la defensa de Ucrania”. Un análisis publicado en Asia subrayó que un alto al fuego impuesto por EU, sin fortalecer a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, podría traer una “paz fría” momentánea a cambio de erosionar aún más el orden de seguridad europeo.

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Una encuesta en nueve países publicada por The Guardian y Novinite, mostró que casi la mitad de los europeos ve hoy a Trump como “enemigo de Europa” y que más de la mitad considera significativa la posibilidad de una guerra con Rusia en los próximos años.

En relación con la política de Trump hacia Israel y Gaza se ha convertido en el laboratorio más claro de su mezcla de aislacionismo y “paz mediante la fuerza”, teniendo a Irán como máximo ejemplo, donde bombardeó sus instalaciones nucleares para iniciar cualquier conversación de paz para Israel. Por un lado, se ha presentado como pacificador, atribuyéndose altos al fuego y liberaciones de rehenes que venían gestándose desde antes de su regreso y coronando todo en septiembre con un plan para detener la guerra en Gaza que dio lugar a un alto el fuego y a canjes de prisioneros. Por otro lado, impulsa planes para “tomar” Gaza, administrarla durante años a través de un fideicomiso controlado por EU, desplazar en masa a la población palestina con supuesta “reubicación voluntaria” y reconvertir el territorio en enclave turístico y manufacturero.

Alrededor de Gaza, Trump ha construido su relato exterior: se postula a premios de paz, rebautiza instituciones estadounidenses dedicadas a la paz con su propio nombre y repite que ha “terminado” varias guerras, aun cuando los acuerdos son parciales, frágiles y profundamente discutidos. En el mundo árabe, sus planes han generado una rara unidad entre rivales tradicionales; en Europa, refuerzan la imagen de un EU que no sostiene el orden multilateral, se reserva el derecho de rediseñar territorios y conflictos según su conveniencia; en el Sur global, alimentan la percepción de una “pacificación empresarial” que mezcla seguridad, negocios y reingeniería demográfica.

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Mientras, a escala mundial, los aranceles han funcionado como una especie de impuesto global a la interdependencia; rompió cadenas de suministro que se construyeron durante décadas, encareció insumos, productos finales y empujó a empresas de todos los continentes a reorganizar su producción con criterios defensivos, no de eficiencia. El resultado es “comercio internacional más fragmentado”, señala Salas, donde los grandes bloques levantan barreras en cascada como respuesta, “las economías más pequeñas quedan atrapadas entre murallas y el consumidor común paga el costo en forma de inflación y menor acceso a tecnología, alimentos y bienes de capital”.

En América Latina, uno de sus primeros movimientos fue ordenar la designación de ocho grandes grupos criminales como organizaciones terroristas, entre ellos varios cárteles mexicanos encabezados por el Jalisco Nueva Generación y el De Sinaloa, así como los grupos venezolanos conocidos como el Tren de Aragua y el Cártel de los Soles.

En noviembre, el Pentágono lanzó la llamada Operación Lanza del Sur, una campaña de ataques a embarcaciones en el Caribe y el Pacífico, bajo el argumento de que transportaban drogas para financiar al crimen organizado y al gobierno de Nicolás Maduro. Informes especializados estadounidenses hablan de más de 80 muertos. “Este tipo de estrategias han devuelto a la geopolítica latinoamericana una atmósfera de Guerra Fría”, subraya Salas.

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China ha denunciado estos bombardeos como una amenaza a la seguridad regional. Trump le dio un ultimátum a Maduro para que abandone Venezuela. Ha dicho que “muy pronto” comenzará un ataque en suelo venezolano.

En Asia y en el resto del mundo, el patrón se repite con matices. En Japón especialistas subrayan que la verdadera cuestión ya no es sólo cómo gestionar la amenaza de China o de Corea del Norte, sino cómo formular una política exterior en un escenario de creciente desconfianza hacia EU, provocada por Trump.

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