Washington.— Por si las elecciones presidenciales del 3 de noviembre en Estados Unidos no tuvieran suficientes elementos de tensión, desde hace días se ha abierto una nueva vía de potencial escándalo y crisis mayúscula: el voto por correo.

Se prevé que, debido a la pandemia de coronavirus, las cifras de papeletas que se emitan por vía postal se disparen, planteando un nuevo terreno de juego y necesidades logísticas particulares que, sin embargo, el presidente Donald Trump está dispuesto a torpedear. Y de ahí el escándalo, con medio Estados Unidos con las manos en la cabeza y haciendo llamados a salvar el servicio postal del país, una de las instituciones más queridas y respetadas.

“El sistema postal ha sido integral en Estados Unidos desde la época colonial”, asegura Winifred Gallagher, autora del libro How the Postal Office created America (Cómo la oficina postal creó EU); es vital para informar a todo el país y garantizar a la vez su derecho a la libertad de expresión y, por tanto, el concepto más profundo de democracia; a la vez, sirvió (y sirve) como ente unificador y ecualizador de la sociedad estadounidense, creando una red confiable y fundamental en un país de territorio extenso.

En 2020, en medio de una crisis presupuestaria que arrastra desde hace años y sufriendo las consecuencias del descenso de los envíos, el servicio postal de Estados Unidos (USPS, por sus siglas en inglés) está en la mira de todos, especialmente por la trascendencia de las elecciones que llegarán en menos de tres meses.

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Una encuesta de CNN reveló que 34% de los votantes registrados prefería este año votar por correo para evitar ir a las casillas de en plena pandemia. Algunos estudios apuntan a que 60% de la población está estudiando o al menos intentará no ir a los colegios electorales y emitir su voto vía postal. En 2016, el porcentaje de aquellos que usó este sistema fue de 24%, según datos oficiales. Ya desde hace semanas se ha visto la nueva tendencia: las primarias de Nueva York vivieron una demanda de votos por correo 17 veces superior a la normal hace un par de meses, colapsando un servicio deficiente que provocó que algunos resultados no se supieran hasta un mes después del día de la votación.

Colapso provocado, en parte, por la administración Trump. Desde hace años, el presidente está en acoso y derribo del USPS por su carácter deficitario, y en consonancia con la agenda de los conservadores, que desearían que la institución alabada y protegida por la Constitución sea privatizada. El asalto al servicio postal pareció tomar forma de manera definitiva cuando, en junio, tomó posesión de director de USPS Louis DeJoy, gran donante de Trump y con conflictos de interés latentes: entre él y su esposa tienen invertidos entre 30 y 75 millones de dólares en compañías de mensajería y logística que son competencia directa al servicio postal público.

DeJoy empezó una política de recortes a pura guillotina. Aparecieron imágenes de los icónicos buzones azules apilados en un camión, listos para ser desmantelados y convertirlos en chatarra. Al menos 671 máquinas de clasificación automáticas, muchas en estados que se prevén clave en las elecciones, fueron desconectadas y no volverán a funcionar nunca más. Despidió a al menos 23 ejecutivos de larga trayectoria en la institución. Prohibió que se hicieran horas extras, y la acumulación de paquetes y sobres se hizo inabarcable.

Los cambios que ha aplicado hasta ahora, justo en medio de una pandemia que, por cierto, incrementó el volumen de envío de paquetes y mensajería, que tenían que mejorar la eficiencia y ahorrar hasta mil millones de dólares, han sido un fracaso y, de hecho, empeorado el servicio.

Por todo el país hay historias de ciudadanos que tienen en Correos la única vía de contacto con el resto del país, especialmente en áreas rurales y menos pobladas, sistema a través del cual reciben desde alimentos hasta medicinas y tratamientos. Las denuncias por el retraso en conseguir fármacos se acumulan; y si eso pasa con insumos de tal calibre y sensibilidad, los miedos y frustraciones sobre la lentitud del envío y recepción de votos es más que entendible. Curiosamente, la población que vive en estas áreas despobladas es predominantemente republicana, potencial votante de la reelección de Trump.

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Desde los sectores conservadores se quita hierro al asunto. Para Kevin Kosar, vicepresidente del think tank conservador R Street Institute, el problema real de la lentitud es la falta de mano de obra, ya sea por miedo al contagio de coronavirus o por bajas por enfermedad; la otra razón de la ralentización fue la acumulación de decenas de miles de papeletas, de golpe y sin tiempo de clasificación y distribución. Además, si durante la época navideña es capaz de gestionar 3 mil millones de paquetes en la semana más álgida, cómo no iba a poder hacerlo con unos pocos millones de papeletas electorales.

Pero la logística no es el único problema. Como es habitual, la raíz del asunto está en el Despacho Oval, y en un Donald Trump que desde hace semanas se ha dedicado a potenciar las sospechas sobre el voto por correo, mintiendo sobre el fraude en esta práctica y la “elección corrupta” y “amañada” que conlleva. Es la táctica del miedo otra vez, como hace cuatro años, de poner dudas sobre el sistema, de buscar una excusa en caso de derrota, de impugnar unos posibles resultados desfavorables.

Las dudas, conspiraciones y falsedades con las que Trump está impregnando las elecciones, especialmente con sus ataques a un sistema postal que se prevé fundamental, está teniendo efectos directos en la confianza democrática. Según una encuesta de Democracy Fund y la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), 46% de los estadounidenses no creen que las elecciones se vayan a realizar de forma justa y adecuada. Más de uno de cada tres (36%) no cree que todos aquellos que quieran votar podrán hacerlo.

Las insinuaciones de Trump sobre fraude en el voto por correo son puras falsedades. Un análisis de The Washington Post, con datos recopilados en tres estados en los que se vota principalmente por vía postal, identificó que entre los más de 14.5 millones de votos estudiados en las elecciones federales de 2016 y de 2018 sólo hubo 0.0025% de casos en los que había sospechas de fraude. La organización Public Citizen asegura que la cifra de fraude electoral en votos por correo en los últimos 20 años en Estados Unidos está alrededor de 0.00006%.

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Esta misma semana, un reporte de The Intercept recogía que la administración Trump fue incapaz de demostrar ni una pizca de fraude en respuesta a una petición de un juez de Pennsylvania. La comisión presidencial para detectar que miles de indocumentados votaron en las últimas elecciones tuvo que cerrar sin resultados.

Todas las aristas del caso llevan a un escándalo que tiene en ascuas a todo el país. Los demócratas lo ven casi como un golpe de estado postal, un sabotaje sin mesura, un intento descarado para que millones de personas desistan o sean incapaces de ejercer su derecho al voto. Varias organizaciones de derechos civiles y más de una veintena de estados han demandando al jefe del servicio postal, acusándole de intentar de forma deliberada retrasar los envíos electorales, y por tanto, provocando una inhabilitación indirecta del derecho a voto de millones de estadounidenses.

El viernes, Trump anunció que enviará fuerzas de seguridad a los lugares de votación: una medida que seguramente afectará a las zonas donde predominan las minorías, que, como se ha demostrado con los reclamos de justicia que han renacido en el país, no confían en los cuerpos policiales.

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Trump no esconde sus intenciones. Hace días reconoció de forma explícita que está bloqueando dar más fondos de cara a las elecciones (la Cámara de Representantes votó de urgencia este sábado en favor de insuflar 25 mil millones de dólares, una propuesta de ley que la Casa Blanca ya ha anunciado que no acepta), e insiste en que todo es un ardid de los demócratas para quitarle del poder. Desde Twitter y en algunos de sus eventos oficiales, Trump abraza todas las teorías de la conspiración sobre el voto por correo que encuentra. “Los demócratas saben que las elecciones de 2020 serán un embrollo fraudulento. ¡Quizá nunca sabremos quién ganó!”; “Será una de las peores catástrofes de nuestra historia”; “El voto por correo llevará a un fraude y abuso masivo”, son algunas de sus frases.

Además, el tiro puede salirle mal. Algunos líderes republicanos alertan que las críticas que salen de la Casa Blanca están provocando que muchos electores conservadores de estados clave como Wisconsin, Florida y Pennsylvania estén renunciando al voto por correo, algo que puede pasar factura en territorios donde, como en 2016, la victoria puede depender de pocos miles de votos. La del 3 de noviembre no será una noche electoral tradicional. Altos cargos del partido demócrata ya anunciaron durante la convención que celebraron esta semana que “los resultados de las elecciones tardarían un poquito este año”, como una señal de advertencia, súplica de paciencia y confianza en el sistema, y de que avancen todo lo que puedan sus planes y solicitud de voto para evitar demoras. Muchos estados están ampliando las facilidades para permitir y asegurar el voto por correo.

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