Moscú.- Desde que llegó al poder en 1994 el presidente bielorruso Alexandr Lukashenko, que este sábado actuó de mediador entre el gobierno ruso y los mercenarios del, ha tenido una relación de amor y odio con su vecino Vladimir Putin. Pero después de que el Kremlin lo ayudó a evitar protestas callejeras masivas luego de una reelección presidencial fraudulenta en 2020, el dictador bielorruso se fue convirtiendo en el alter ego de Putin, incluso en su enfrentamiento con Ucrania, un conflicto que en principio le es ajeno.

En una conversación con Putin en medio de la crisis este sábado, Lukashenko se ofreció a mediar con el grupo Wagner, porque conocía personalmente al jefe de las fuerzas mercenarias, Yevgeny Prigozhin, desde hacía unos 20 años. Finalmente, la negociación dio sus frutos: Prigozhin frenó la avanzada de su caravana y, como parte del acuerdo, se trasladará a Bielorrusia. Pero el Kremlin se negó a contestar si hubo concesiones de relevancia a los mercenarios para conseguir frenar a la caravana.

En febrero pasado Lukashenko abrió de par en par las puertas de su territorio a las tropas rusas para el lanzamiento de su invasión a gran escala de Ucrania y, como premio, hace algunas semanas, recibióen el suelo de su patria.

Tanto Lukashenko, de 68 años, como Putin, de 70, confirmaron que Rusia había trasladado armas nucleares tácticas (TCW, por sus siglas en inglés) a Bielorrusia en una medida que se considera ampliamente como un mensaje contundente a los países occidentales que suministran armas a Ucrania.

En un discurso reciente en una reunión con los jefes de las agencias de seguridad de la Comunidad de Estados Independientes, compuesta por países exsoviéticos, Lukashenko habló de la guerra en Ucrania en primera persona.

Foto: AFP
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“El único error que cometimos, probablemente, es que no resolvimos este problema en 2014-2015, cuando Ucrania no tenía ejército. Queríamos arreglarlo pacíficamente. Sin embargo, utilizaron este tiempo para desarrollar fuerzas armadas listas para el combate”, dijo.

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De enemigos a aliados

Bielorrusia, un país con una superficie de 207.000 km2 (similar a la provincia argentina de Río Negro) tiene 9.5 millones de habitantes, y limita con Rusia, Letonia, Lituania, Ucrania y Polonia. Putin lo considera además un “Estado-tapón” que lo protege del avance de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea (UE), sus rivales estratégicos.

En sus comienzos como líder, en tiempos de la Unión Soviética, Lukashenko dirigió granjas colectivas. En 1994 fue elegido presidente, tres años después de la independencia de su país, con un mensaje populista y anticorrupción.

Ya en el gobierno, siempre prefirió un sistema político y económico dominado por el Estado en el que conservó una relativa popularidad gracias a la enorme dependencia de los votantes de la ayuda y el empleo estatal.

Sin embargo, en las elecciones presidenciales de 2020, en plenas restricciones de la pandemia, el descontento comenzó a aumentar, sumado a los bajos salarios y la falta de libertades. Y por primera vez tuvo que hacer frente a una oposición organizada liderada por Svetlana Tijanovskaya que cuestionó su mantenimiento en el poder. La oposición calificó de fraudulentas las elecciones del 9 de agosto de 2020 en la que Lukashenko se impuso por el 80% y comenzaron las protestas.

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El dictador calificó a la oposición de “borregos que no saben lo que quieren”, y definió a Tijanovskaya como “poca cosa”. Asumió su sexto mandato un mes después de las elecciones, de forma secreta y repentina.

Pero las protestas continuaron y también la represión. Tijanovskaya tuvo que huir a Lituania y años más tarde fue condenada en ausencia a 15 años de prisión.

Aunque antes de las elecciones Lukashenko había acusado a Rusia de injerencia electoral, en dificultad, frente a las masivas protestas, cambió de tono e indicó que había recibido garantías del presidente ruso sobre una “ayuda” para garantizar la seguridad.

Esa alianza se fue solidificando en los últimos años.

Hoy en día, la oposición sufre acoso, la libertad de expresión está bajo vigilancia y la agencia de seguridad del Estado se llama KGB, un acrónimo que da escalofríos en muchos países.

Su gobierno que en 2014 fue anfitrión de los llamados “Acuerdos de Minsk” para mediar en la crisis entre Rusia y Ucrania, tomó definitivamente partido a favor del Kremlin, y Putin lo retribuye con los favores que aseguran el fortalecimiento de la alianza.

Agencias AFP y AP

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