Los Ángeles.— Las patrullas de emergencia se afanaban ayer por asistir en California a las zonas más afectadas por el terremoto del viernes de magnitud 6.9, el más potente registrado en este estado en dos décadas, que reavivó el temor al llamado Big One, un megasismo potencialmente devastador.

No se reportaron decesos ni lesiones por el terremoto, el más fuerte de los últimos 20 años, y las autoridades dijeron que los daños parecer no ser tan malos como se esperaba y que menos de 200 personas estaban refugiadas; sin embargo, las autoridades declararon el estado de emergencia en dos condados del sur de California, epicentro de los dos sismos que golpearon la región el jueves y el viernes.

El pronóstico de temperaturas de unos 38 grados Celsius y las advertencias de los sismólogos de que podrían ocurrir réplicas intensas durante los próximos días, o semanas, provocaron que se tomaran mayores precauciones.

Los temblores fueron sentidos incluso en Los Ángeles y Las Vegas, pero su epicentro se situó en una zona de escasa población, por lo que sólo se registraron heridos leves. Los daños fueron importantes en las pequeñas ciudades ubicadas en torno al epicentro, a 240 kilómetros al noreste de Los Ángeles.

El sismo del viernes —que inicialmente se dijo tuvo una magnitud de 7.1 y que luego se redujo a 6.9— fue 11 veces más potente que el del jueves, de 6.4. Los habitantes de la región sufrieron desde la mañana del jueves una veintena de movimientos de magnitud 4.0 y al menos mil 200 réplicas de diferente intensidad. Existe al menos 10% de probabilidades de un temblor de magnitud 7 o superior la semana próxima, estimó la sismóloga Lucy Jones, del Instituto Californiano de Tecnología.

Fue en el condado de Kern, en las afueras de Ridgecrest, que “la intensidad del temblor alcanzó su mayor nivel”, destacó Mark Ghilarducci, director de los servicios de emergencias de California.

April Hamlin, originaria de Ridgecrest, dijo que “ya estaba en vilo” cuando se presentó el segundo sismo. Ella y sus tres hijos pensaron que se trataba de otra réplica.

En esa misma zona un incendio se declaró en un parque de caravanas, lo que hizo temer que el fuego se extendiera, pese a que los bomberos precisaron que no había personas desaparecidas.

En la noche del viernes al sábado, el gobernador de la entidad, Gavin Newsom, declaró estado de emergencia en los condados de Kern y de San Bernardino.

“Tenemos informes sobre incendios de edificios, provocados esencialmente por escapes de gas” y sobre destrozos en canalizaciones de agua, resumió Newsom.

“Hubo casas que se movieron, cimientos fisurados y paredes desplomadas. Hay un herido [leve] asistido por los bomberos”, tuitearon rápidamente socorristas de San Bernandino. La Oficina de Servicios de Emergencia de California trajo catres, agua y comidas, e instaló centros para refrescarse, declaró Ghilarducci.

Alrededor de mil 800 residentes carecían de electricidad. En Trona, una pequeña localidad aislada al noreste de Ridgecrest, un habitante citado por Los Ángeles Times, Ivan Amerson, dio cuenta de “daños importantes”, con viviendas completamente derrumbadas.

En Los Ángeles, en cambio, los daños eran mínimos. Se registraba la caída de algunas líneas eléctricas y cortes de luz en determinados lugares. Los cines fueron evacuados cuando comenzaron los temblores. Varias atracciones del parque Disneyland fueron cerradas.

Estos dos terremotos sucesivos reanimaron el fantasma del Big One en el oeste de Estados Unidos. La sismóloga Lucy Jones aseguró, sin embargo, que ambos sismos se produjeron “en la misma falla”, que no es la de San Andrés, susceptible de provocar el Big One.

El sismo más trágico de la historia reciente y que permanece en la memoria de muchos californianos fue el de 1994 en Northridge, de 6.7 y en la zona metropolitana de Los Ángeles, que dejó 57 muertos y miles de heridos.

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