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A unos 2 mil 500 metros de altura sobre el nivel del mar, en el bosque de San Salvador Cuauhtenco, alcaldía Milpa Alta, un pulmón verde al sur de la Ciudad de México, Marco Antonio Rojas Romero se abre paso entre los pastizales para mostrar lo que considera un tesoro ancestral de la naturaleza: una “farmacia viviente”.

Se trata de plantas medicinales que crecen en esta zona de la Sierra Ajusco-Chichinautzin —la cual comprende parte de la Ciudad de México, Estado de México y Morelos— y que son resguardadas por unos 20 habitantes que conforman el grupo Ticyolictíah Cuauhfmeh (dando vida a la montaña).

Marco Antonio, presidente de la agrupación, señala que son alrededor de 40 especies las que perduran; él se sabe el nombre de todas y, lo más importante, los males que curan: como la yerba del sapo, que se emplea para los riñones, o la ruda, que aún es asignada para controlar diarreas o cólicos estomacales, por mencionar algunas.

Reconoce que unas 10 especies están en peligro de extinción en la zona. “La espinosilla cada vez la veo menos aunque sea su temporada. Nos preocupa que se pierda”, dice.

Aunque identifica la diversidad herbolaria por tantos años de ir y venir en el bosque, no cuenta con un registro de especies y busca apoyos para consolidar una cooperativa que les permita cultivarlas de manera formal para su distribución. Esto, explica, también significaría “un granito” para su conservación.

Pese la fuerte presencia de la herbolaria en la cultura mexicana, ésta no ha tenido el reconocimiento que se merece, lo que se refleja en la falta de apoyos a proyectos como el de Marco Antonio, ya que apenas en octubre de 2018, la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) liberó sólo 18 plantas medicinales para su distribución y uso legal.

Esto después de cuatro años de investigación y análisis de las propiedades de las especies, según informó en su momento el titular de la Cofepris, Julio Sánchez Tépoz.

Vigilan legado

“Cuentan que en una ocasión en la que Hernán Cortés cayó enfermo de neumonía cuando se dirigía a las aguas termales de Oaxtepec [Morelos] fue curado con plantas de este bosque; le dieron poleo y toronjil… aquí lo sabemos porque él, en agradecimiento, sembró muchas moras, cuyo cultivo sigue hasta la fecha y ese paraje fue llamado Llano de morales” relata Marco Antonio mientras apunta hacia una montaña.

Para este protector de la herbolaria, el cuidado de las plantas medicinales y su uso debe considerarse como un pilar para la preservación de la cultura prehispánica y el cuidado al medio ambiente, aspectos que, recalca, siempre ha inculcado a su familia, pues se resisten a ser olvidados tras la conquista española.

Un suéter ligero y un sombrero son suficientes para que Marco Antonio se sumerja entre la vegetación que alberga la Sierra Ajusco-Chichinautzin, la cual abarca las alcaldías Milpa Alta y Tlalpan, en el sur de la Ciudad de México; un municipio del Estado de México y 12 de Morelos, que en total comprende 65 mil 721 hectáreas, incluyendo los parques nacionales Lagunas de Zempoala y del Tepozteco.

Respecto al suelo de conservación de Milpa Alta, éste comprende un área de 28 mil 557 hectáreas, que comprenden un bosque mixto de coníferas, pino y oyamel, así como pastizales amacollados, matorrales y superficie agrícola, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional Forestal (Conafor).

Debido a la importancia de esta área natural para la Ciudad de México, la comunidad de San Salvador Cuauhtenco realiza diversas labores de conservación con el apoyo de la Conafor, instancia que por medio del programa de Servicios Ambientales, les brinda un apoyo de 53 mil 654 pesos anuales.

Con este recurso, 10 personas se encargan de realizar actividades de reforestación, recorridos de vigilancia, mantenimiento de brechas corta fuego, desyerbe o podas para evitar la propagación de incendios forestales; todo esto en una superficie de 787.60 hectáreas.

Cada voluntario percibe 223 pesos a la quincena trabajando jornadas de ocho horas diarias. Pese al bajo salario, dicen que prefieren cuidar el bosque por la importancia que tiene para el medio ambiente.

Además, resalta Marco Antonio, es el hábitat de especies como el venado, víbora de cascabel, salamandra, lechuza, tecolote, águila, gavilán, conejo, coyote, entre otras, de acuerdo con los avistamientos.

En abandono

El grupo  Ticyolictíah Cuauhfmeh acusa que aunque el Corredor Chichinauhtzin es considerado Área de Protección de Flora y Fauna desde 1988, está olvidado por las autoridades federales.

Esto se traduce en un incremento notable en la deforestación derivado de agentes como el cambio climático y los taladores clandestinos, cuya presencia tienen documentada, y pese a las constantes denuncias presentadas ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) y otras instancias ambientales, no han tenido respuesta para brindarles mecanismos de seguridad.

“Nosotros hemos metido denuncias a Semarnat, PAOT [Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial] y Profepa, y desde 2008 las autoridades no han hecho nada, nos sentimos indefensos”, lamenta Marco Antonio.

Pese a los escasos apoyos y las amenazas externas, ellos no se rinden en su intento de proteger este pulmón de la Ciudad, hábitat de diversas especies y la tierra que quieren dejar como herencia.

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